Luisa Futoransky

Luisa Futoransky
1939, Buenos Aires

SOBRE EL AUTOR

Luisa Futoransky nació en Buenos Aires durante el verano de 1939. Su llegada a este mundo fue tarea no tanto de la cigüeña como de los Reyes Magos, aunque la partera se arrogó un papel protagónico. Vivió en Devoto, como siempre. Fue una adolescente inquieta que buscaba cualquier excusa para subirse al tranvía, lo cual no significa que cualquier línea la dejara bien (he aquí un presagio indudable de lo que sería su famoso amor, anche devoción, por el bus número 27) y aparecer en el Conservatorio Municipal, donde tenía por docente a Cátulo Castillo. La leyenda dice que esto sucedió entre 1953 y 1961; la interesada no confirma ni desmiente. Docente y alumna se sobrevivieron mutuamente. Paseó por distintas sedes de la UBA: en una, se recibió de abogada; en otra, aprendió a colarse en las clases de Poesía Anglosajona que dictaba Borges. El affaire académico no le llevó más de tres años (1965-68), tras los cuales reanudó su vida: sabiamente, no ejerció nunca como profesional del Derecho. En su lugar, comenzó a ejercer como viajera, profesión que quizás sea más demandante, pero gracias a la cual descubrió que, poéticamente hablando, había más tela para cortar en las rutas que en los tribunales. Era 1970 cuando empezó a viajar a lo loco. La Universidad de Iowa, la de de Roma, la Accademia Chighiana-Siena estuvieron en el inicio. Después vinieron Japón y China; la ópera era importante en su vida. En 1981 llegó a París y se quedó. En 1991 ganó una beca Guggenheim; en 1993 una del Centre National des Lettres. Para entonces, ya había recibido tres premios del Fondo Nacional de las Artes (Argentina) y la orden de Chevalier des Arts et Lettres (Francia), por mencionar algunos. Como todo llega en esta vida, su trabajo en el Centro Pompidou le permitió unir lo útil a lo agradable: por fin contaba con una coartada oficial para tocar cuadros y esculturas a su aire y gusto. Aunque algunas fuentes sostienen que es un gusto adquirido de adulta, documentos y testimonios indican que, en realidad, se trataba de una afición innata. Un testigo (que prefiere resguardarse en el anonimato) refiere que en los años 70, cuando niño, coincidió con una señora en cierto museo real de Madrid. Ambos contemplaban una obra del Bosco al mismo tiempo. La señora pasó de la contemplación al tacto, sonó la alarma y apareció instantáneamente un guardián: la señora acusó al pequeño («¡nene, no toqués!»). El testigo sostiene que la señora tenía un parecido extraordinario con nuestra poeta. Otros testigos afirman haberla escuchado narrar tocadas (sic) por museos de todo el mundo. Las aventuras más exitosas son aquellas cuyo relato culmina en «les toqué todas las salas». Guardias de museo de media Europa la recuerdan con frecuencia. Los rumores indican que en el último año ha conseguido discípulos; algunas leyes internacionales empiezan a diseñarse teniendo en cuenta muy especialmente esta escuela. Desde hace unos años, ya sabia (es decir, jubilada de AFP), se dedica a viajar, escribir, nadar y robar plantas para poner a prueba su mano verde. Es conocida su habilidad con las compotas y la ensalada de arroz, prodigio que amistades inescrupulosas quieren convertir en pyme; tal vez lo logren.


Fuente: Luisa Futoransky


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