El edén de las manitas de cerdo es una novela negra que nos presenta las peripecias de Luis, un personaje anodino al que el destino y las decisiones equivocadas conducen a un callejón sin salida, convertido en el centro de una red delictiva que amenaza con hacer saltar por los aires mucho más que su ya deteriorada vida personal, familiar, profesional y social.
El héroe por accidente de El edén de las manitas de cerdo recuerda al protagonista de una película de Hitchcock. Es un tipo pusilánime, que sobrevive a un divorcio mal llevado, dos hijos a los que intenta convencer de que es un padre guay, un jefe amarga vidas y un sueldo que no llega a fin de mes; solo los tápers maternos resuelven parcialmente su intendencia. Las expectativas de cambio llaman a su puerta cuando acepta participar en un lucrativo negocio capaz de satisfacer fantasías eróticas que nunca imaginó. Los acontecimientos giran como una ruleta rusa: nadie es lo que parece y se ve envuelto en una trama criminal por la que desfilan agresivos proxenetas, un fantasma perseguidor, experiencias sexuales nada convencionales, policías de métodos heterodoxos… y acusaciones de asesinato.
¿Quién se esconde tras El edén de las manitas de cerdo? Boris Vian no, porque Vernon Sullivan jamás impregnó sus relatos con referencias culturales del siglo XXI; si Chester Himes fuera el creador de gendarmes tan delirantes para sus intrigas, serían negros y no blancos; las situaciones surrealistas evocarían a Tom Sharpe si hubiera elevado el sarcasmo a la categoría de thriller. El autor de una novela que describe la estupidez humana en su máximo esplendor, donde se dan la mano el humor y el suspense para enganchar al lector, sería Eduardo Mendoza firmando con seudónimo, pero tampoco es él, conozco al autor.