Lectura: Loa amores de madera
Pero la poesía siempre pone en juego un tiempo anterior; lo mismo que Apolo, el dios griego, cuyos dos atributos son la lira y el arco de flechas, porque brinda sus canciones pero es el dios que hiere de lejos. Los amores son de madera y la madera se extrae del bosque. En el paisaje hay siempre una sensación de alusión que cifra las verdades humanas. Se describe la luz de la hora o el atardecer y lo que se ve son las edades o los distintos tiempos de la vida del hombre; se menciona el invierno pero se está hablando de la muerte. El bosque es un lugar de sugerencia poética y de enigma donde los árboles enraízan (porque las raíces son lo esencial, lo más bello, que nos hace y no nos abandona) y donde los caminos se desdibujan, porque el bosque es un espacio fronterizo en que líneas y ramas se entrelazan y lindan, así como la poesía franquea los límites del hombre (el tiempo — la muerte, el mundo — los otros) y hace comparecer todo aquello cuanto amamos. Conocemos el bosque, naturaleza o poema, como un paraje de convivencia de los amantes, los vivos y los muertos, donde las arrugas en la corteza se escriben como la memoria y donde la madera se hace leña, como nuestra vivencia se tala y se talla. Los árboles mueren cada otoño y los incendios son terribles, pero hay algo más esencial que renace y retorna. Quizá el bosque es un testimonio de nuestra estancia en el mundo, y por eso la poesía toma las formas de la lira y el arco, porque lo nuestro se mide entre las canciones (la belleza) y las flechas (la muerte).