El visitante de museos es, por lo general, alguien a quien no le interesan los museos, alguien a quien apenas le interesa el arte. Es más: la visita al museo es, por principio, una verdadera experiencia funeraria.
No puede ser de otra forma, dado que, en cierto sentido, todo museo es un cementerio de la cultura. Así las cosas, los vigilantes somos como los enterradores y los guías como los predicadores y charlatanes de las exequias.
Por eso, la actitud de los visitantes de museos no es muy diferente de la de los visitantes de cementerios; antes bien resulta idéntica: van de un lado a otro, compungidos y desorientados, y luego se marchan para no regresar durante años.