La historia de un reguero de secuestros y asesinatos programados de adolescentes, a cuyo agresor nadie ha sido capaz de acercarse.
La mañana del lunes 18 de enero, aparece el cadáver de una mujer en el madrileño parque de El Capricho. No hace falta investigar su identidad, ya que tiene el DNI en el bolsillo de su extraña indumentaria, un babi gris parecido al de las presas. Su nombre, Dalila Conde. La causa de su muerte, una estocada en la nuca. Sus labios, sellados por una perfecta cruz griega de color rojo. Características que pronto harán saltar todas las alarmas de la policía, ya que el caso parece enmarcarse dentro de una macabra investigación que lleva veinte años abierta: la de las niñas de la cruz.
Es la historia de un reguero de secuestros y asesinatos programados de adolescentes, a cuyo asesino nadie ha sido capaz de acercarse. El inspector jefe Leonardo Vélez acaba de volver al cuerpo. Sabe que no está preparado para reincorporarse; sabe que todavía no ha superado la operación policial fallida que lideró seis meses atrás, y que terminó con dos de sus hombres asesinados. Ni siquiera el traslado de Narcotráfico a Homicidios tiene visos de poder ayudarle. Pero el expediente de las niñas de la cruz ya le espera en su despacho, y el cadáver de Dalila Conde no es más que un recordatorio de que la cuarta niña de la cruz sigue secuestrada. Vélez deberá aprender a recomponerse a marchas forzadas. Tendrá que superar sus inseguridades, pugnar contra el constante desprecio de su padre hacia su orientación sexual y, sobre todo, recobrar su ingenio policial para evitar que aparezca un nuevo cuerpo de mujer, asesinada, y con los labios sellados por una perfecta cruz de color rojo. Esta es una historia de abusos sexuales, sectas, esclavitud y violencia contra las mujeres.