Pablo de Tarso, un judio fariseo orgulloso de su judaísmo, con un importante bagage cultural helenístico, probablemente gnóstico y, sin duda, epiléptico, predicó un Cristo místico, espiritual e incorpóreo, muy alejado del Jesús de Nazaret carnal de los Evangelios.
Su figura resultó, en todo caso, imprescindible para consolidar el cristianismo, puesto que fue contemporáneo de Jesús y, aunque no le conoció ni se interesó por su vida terrenal, sí constituyó un pilar histórico para el nacimiento de la religión cristiana.
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