«No soy gente de bien, sin ave de rapiña. A mis muertos los cargo antes en el estómago que en la conciencia.»
Joaquín tiene treinta, la vida hecha pedazos y el compromiso de redactar un libro de autoayuda, en cuyas páginas sólo consigue perpetrar lecciones prácticas de autoperjuicio.
¿Qué es todo lo que puede explicar este pícaro del siglo xxi que un día es fugitivo acorralado, al otro terapeuta de pacotilla y, en un descuido, merodeador galante de velorios de perfectos extraños? Nada que Imelda y Gina —dos mujeres de sombra larga y mecha corta, cada una a su modo capaz de cualquier cosa— estén dispuestas a creerse fácilmente.
Del diálogo punzante a la introspección ácida, los personajes de Puedo explicarlo todo estelarizan una historia plena de comezones entretejidas, rencores entrañables y demonios comunes, donde cada meandro puede ser un abismo y no se quiere más que seguir bajando.
No muy lejos de ahí, se agazapa Dalila: una cómplice ideal que todavía no cumple los diez años y jamás ha leído un libro de autoayuda, pero cuyas pupilas deslumbradas parecen reflejar ya la sentencia del malandro y maestro Isaías Balboa: «El tiempo te lo dan, la vida hay que robársela».