Después del ingreso en un psiquiátrico, Gonzalo vuelve a casa. Al principio todo le parece luminoso, amplio. Mira sus libros, su sillón de terciopelo verde, y se acuerda de sus compañeros, a los que echa de menos. Luego, ve al vecino que habla con su reloj de pared. Se tumba en la cama y surgen las palabras de la portera. ¡Ella y su jefe en casa haciendo la maleta que le llevaron al hospital! Intenta dormir, eludiendo imágenes grotescas. Al despertar, ha oscurecido. Entra en la habitación de sus padres, mira sus fotografías, y siente que le piden que les saque de allí. Sufre la «náusea».
La novela alcanza un punto de inflexión cuando Gonzalo vuelve al trabajo y Ángela, una mujer que conoció en el psiquiátrico, se va a vivir con él.