Bajo el título de Todo es posible y no se esconde la advertencia de que hemos de asumir todas las posibilidades: lo posible y lo imposible, lo real y lo fabuloso, lo que duele y lo que reconforta. Porque cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, resulta mucho más maleable de lo que parece: si lo maniobramos en abstracto descubriremos sus muchos sentidos, sus muchas y paradójicas significaciones.
Julieta Pellicer juega con las palabras, con el propio concepto de la poesía y la vida para empezar de cero. Quiere un mundo sin trampas, sin más dimensión que la de los sentimientos. Y quiere, además, ponérselo difícil, remontar cuantas adversidades le salgan al paso en el proceso para así hacerse fuerte, como un muro panorámico. Ese es el método de Julieta para pertenecer (para pertenecerse): antes de decir siente necesidad de conocer la naturaleza de aquello sobre lo que va a decir. La unidad en la otredad. Porque el amor, reconozcámoslo ya, se piensa más largamente que se vive. Y es, además, quien da a menudo sentido a la palabra yo, tan solitaria, tan desvaída.