Una de mis ocupaciones pasadas fue ser empresario, y tuve en mi haber un par de bares de esos, quizá, como los que describe con una prosa magistral y depurada el escritor venezolano afincado en Gijón.
Este escritor comprometido y ávido de observación, de «La contemplación» -haciendo uso de sus palabras y del título de la novela que bien le valió el I Premio Internacional Albert Camus-, nos trae en su nuevo libro «Crónicas de bar», no sólo un recorrido real por los bares y cafés de Gijón, sino un recorrido imaginario por estos mismos lugares en los que podemos encontrarnos con Perec, Walser, Pessoa, Prat, Pynchon, Magris y otros escritores que tenían o tienen un denominador común: La contemplación de todo espacio que les rodeaba y les rodea haciendo un retrato del mundo que dista mucho del que nos quieren imponer los creadores de realidad de hoy en día.
Podemos asistir a una conversación durante un paseo con el escritor Robert Walser, para encontrarnos con nosotros mismos al otro lado del camino, o podemos ver cómo Georges Perc está sentado tranquilamente a la mesa de al lado mientras el narrador charla de literatura con una amiga apasionada por el escritor parisino que no en vano es uno de los escritores más imaginativos del siglo XX.
Este paseo por lugares en los que hay un rincón dedicado a la pintura, a la música o la literatura se hace posible de la mano de un escritor como Edgar Borges, amante de la literatura de calidad y que nos hace reflexionar sobre el mundo que nos rodea. Borges nos convierte en «voyeurs» del mundo y de su movimiento: Somos parte de ese movimiento.
Edgar Borges y su mirada escrutadora nos muestran un mundo donde la realidad se confunde con la ficción, y nos hace cruzar el espejo, para que nos encontremos en otra dimensión donde podemos descubrir a, o charlar con, escritores, músicos o pintores -muertos hace tiempo, o todavía vivos-, sobre la humanidad que según palabras de Borges está padeciendo el siglo de la estupidez, porque el escritor de «Crónicas de bar» mantiene y acuña la frase de que el siglo XXI es el siglo de la estupidez, y son (somos) los escritores, los que tenemos el compromiso social de luchar contra esta mediocridad reinante.
Un libro necesario en este siglo de estupidez; los que hemos tenido el gusto de leer esta veintena de relatos podemos asegurar, al menos yo puedo asegurar que este libro transcenderá esa maraña de estupidez y mediocridad y llegará a las manos de los que luchan cada día por ver el mundo como lo hacía, por ejemplo, Robert Walser cuando escribió: <
¿Si los bares, según tú son confesionarios? Entonces hace tiempo fui confesor: ¿qué hay más allá del confesado y confesor? ¿Cómo se articula y determina el mundo real y de ficción en la observación reflexiva del que como un «voyeur» contempla el mundo que oníricamente parece existir en esos bares?
Se dice que en los bares se arregla el mundo, y entre vino y vino se hacen manifiestos, y el amigo Cortazar decía que cuando el escritor no tiene claro qué escribir en un momento determinado, lo mejor es destensar el arco y salir a tomar unos vinos con los amigos. ¿Está la inspiración en los bares? ¿Qué reacción tienes si al entrar en un bar te encuentras a Walser, a Pereç o al mismo Cortazar y un Rocamadour correteando bajo las mesas: escribes Crónicas de bar II?