La realidad y la fantasía, lo que parece imposible introducido en nuestra vida cotidiana, desde el comienzo en una mina de Linares con reminiscencias de los sueños más perversos de Potocki o Nieva, hasta los amores de Jack Lemmon y Shirley MacLaine en las calles de París, se entrecruzan en Extraña noche en Linares. Nuestra vida se enreda en la de Tamara de Lempick, François Truffaut mientras rueda 451 Fahrenheit o en el amor naciente de dos estudiantes en una manifestación en Václavské Námêstí, en una Praga que quiere ser revolucionaria. Como resultado, comprendemos la trascendencia de nuestra vida, somos un eslabón imprescindible en la cadena de la historia.
En Extraña noche en Linares Miguel Ángel de Rus culmina el proceso de su obra narrativa de fundir verdad, sueños y tradición cultura y su choque con las nuevas formas de entender el mundo. Afirma en el prólogo el escritor José Manuel Fernández Arguelles, «como todas las obras que pretenden trascender, busca lo sublime.» En este intento encontramos a Valle Inclán, Proust, el recuerdo de los años de gloria de una actriz que ha perdido el deseo de vivir, el encantado irresistible de una modelo de desnudos, y sobre todo hombres, varones que no encuentran su lugar en el mundo ante el cambio en la sociedad, en la ética, en las grandes ideologías, en el nuevo papel de la mujer en la sociedad y su forma de afrontar el amor, el deseo y de buscarse a sí mismas. De Rus nos incita a gozar sin miedo de la cultura, de nuestra historia más reciente, del recuerdo de aquel amor del que hace ya -quizá- veinte años. Nos propone tomar un café caliente y detenernos antes de llegar al abismo que nos proponen como futuro.
Después de leer Extraña noche en Linares se recuerda la importancia de nuestros actos, la trascendencia de nuestra vida.