Después de toda una vida arreglándoles las uñas a domicilio a las «señoras bien» de La Algaida con su haute manicure, y dándoles bullanguera y muchas veces terapéutica conversación, el manicura Cigala recibe el reconocimiento oficial de sus paisanos, que le consideran una verdadera institución: el pleno municipal acuerda ponerle su nombre a una calle.
Entusiasmado por la noticia, y alentado por sus irrefrenables y reivindicativas «ganas de hablar», Cigala pide que le pongan su nombre a la hasta ahora llamada calle Silencio, como compensación por cuanto, aunque parezca mentira, ha tenido siempre que callar.