Ver, comienza

por Alvaeno

El reino de Inglaterra está dominado en 1593 por la figura, imponente y sagrada, de Gloriana, la Reina Virgen Isabel I, que disfruta, desde 1558, de uno de los reinados más longevos y exitosos de toda la historia de Inglaterra, “esa piedra preciosa engastada en un plateado mar” que había conseguido la providencial hazaña de repeler a la Gran Armada de Felipe II en el año 1588. Pero hay un problema de fondo: la misma propaganda de su virginidad que ha unido al país en torno a su figura mariana, esconde a un heredero al trono no reconocido que no está dispuesto a dejarse silenciar. Es nuestro Hamlet, el príncipe de negro. En ese año de 1593 publicará con un seudónimo guerrero un poema que fue considerado en su momento como “el mejor libro del mundo.”
Es en el año 1593, cuando la reina envejecida seguía escondiendo “a su linaje, y su sangre Señorial” bajo la propaganda de su inmaculada virginidad, que el “nuevo poeta” ha tomado la decisión de darse a conocer como “Shakespeare” al publicar el erótico poema narrativo Venus y Adonis. Estallaba el escándalo. Venus y Adonis dejaba claro a todos los ciudadanos cultos de Londres que la reina Venus (como se conocía a Isabel I) había tenido un hijo con Adonis (que unos pocos conocían que había sido Edward de Vere, 17º conde de Oxford, también conocido durante la década de 1580 como “Eufues,” el maestro de los “ingenios universitarios”), hijo que la reina, decía el final del poema, pretendía dar a luz en secreto en la isla de Pafos “para no ser vista,” aunque reconocía que él, su Narciso, el hijo de ella con Adonis, era “el siguiente en sangre, y este es tu derecho.” Este secreto dinástico escondido también le será recriminado a la reina por ese otro colosal poeta de la corte Edmund Spenser, cuando le eche en cara a la reina Britomart en la segunda parte (1596) de La Reina de las Hadas (Libro V, Canto VII, estrofa 21) esto mismo: “Magnífica Virgen, que en extraño disfraz/ De armas británicas enmascaras tu sangre real,/ Para así perseguir una peligrosa empresa,/ ¿Cómo puedes haber, con esa caperuza de disfraz,/ Escondido tu estado de ser reconocido?/ ¿Puedes de los dioses inmortales esconderte?/ Ellos son tu linaje, y tu sangre señorial;/ Ellos tu señorío, la herida que lamentan ser, (…).”
Para los cortesanos y ciudadanos cultos de Londres el poema Venus y Adonis no era complicado de interpretar: el secreto dinástico de la reina envejecida Venus-Isabel se había destapado con toda la pompa imaginable. ¿Quién era este Shakespeare? ¿De dónde venía? ¿Por qué dedicaba este escandaloso y erótico poema que hablaba de hijos escondidos de la diosa Venus al conde de Southampton? ¿Por qué el poeta Shakespeare le deseaba a esa joven promesa de la Corte que pudiera cumplir con “toda la expectación del mundo”? ¿No estaba diciendo el “nuevo poeta” Shakespeare en su dedicatoria a su poema de 1593 que esa “expectación esperanzada” del mundo indicaba que Southampton era considerado por el mundo como un candidato al trono de Inglaterra? Estas preguntas se la han hecho muchos desde entonces hasta ahora sin que, al parecer, parezca posible una solución consensuada y generalmente aceptada por los historiadores de la época isabelina.
La lucha dinástica y la existencia oculta del “linaje, y la sangre Señorial” de Isabel I que ella escondía bajo su propaganda política precipitarán la rebelión de Essex y el encarcelamiento de Southampton en la Torre de Londres desde 1601 a 1603, fecha que marca la muerte de la reina y la llegada, desde Escocia, de un nuevo monarca de una nueva dinastía como fue la de los Estuardo: los Tudor habían desaparecido sin remedio. O puede que no.
Porque había un poeta que decía que eso no era así. En los Sonetos de Shake-speare, cuya edición de 1609 fue retirada de la circulación tan pronto como se distribuyó (los ejemplares de la edición princeps que han sobrevivido son solo 19 y están en perfecto estado, sin usar), el poeta dice que él, el Bello Joven Southampton, seguirá viviendo en sus versos inmortales cuando “las crestas de los tiranos” desaparezcan. Él brillará en sus versos mientras la Dama Oscura y los que han escondido su linaje se pudren. Trágicamente, “Shakespeare” sabe que cuando él muera, como dicen sus Sonetos de Shake-speare, él desaparecerá y nadie lo recordará, aunque su verso será inmortal. Esta paradoja, este misterio, este sinsentido, es el que está en el corazón herido de Shakespeare cuya “poesía y verdad” (recordemos la obra de Goethe) alternativa sobre los Tudor aún siguen hablando claro para esa corriente crítica conocida como los oxfordianos. Esta verdad histórica alternativa es la que el libro Ver, comienza de Ricardo Mena Cuevas explora cronológicamente de forma amena, detallada y entretenida. Si, como dijo George Orwell, “la historia la cuentan los vencedores,” no cabe duda que la literatura de su época la cuentan los perdedores, los que no han tenido otra forma de contar su verdad que bajo la apari

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