
Octavio Rincón arrastra una insípida existencia como funcionario municipal hasta esa tarde enn que, durante unas vacaciones en Marrakech, es testigo de la súbita muerte de Dorita, su castrante y autoritaria esposa.
Perplejo ante el cumplimiento de un deseo tan largamente anhelado, y confundido entre el temor a una eventual acusación de asesinato y una embriagadora sensación de libertad, su primer impulso es vaciar el minibar. Lo consigue. Es la prueba irrefutable de que Dorita ha muerto.
En el vestíbulo del hotel conoce a Soldati, empresario y guerrillero argentino, embaucador pertinaz y embustero incorregible con un largo historial de fracasos a sus espaldas –el último de los cuales fue la venta ambulante de helados por el desierto en un furgón frigorífico estampado con el rostro de Carlos Gardel–.