Slavoj Zizek

por Rafael Balanzá

Nacho ha venido a vernos en septiembre. Viene en verano todos los años y solemos encontrarnos en Alicante. Tenemos la misma edad, íbamos juntos al colegio. En cierto sentido podemos considerarlo un pionero. Lo digo porque se fue a Londres allá por el dos mil o dos mil y algo. No le convencía ningún trabajo de los que encontraba por aquí. Como todos sabemos, ahora ya se va –a Londres o a donde sea- casi todo el mundo. Me refiero a la generación que nos sigue: los que tienen entre 25 y 35, más o menos. Nacho es un perfecto paradigma (en un sentido pasivo, no culpable) del fracaso nacional: un cabal ejemplo de fuerza mental desaprovechada. En los temas que domina -sociología, historia cultural, filosofía- es una de las mentes más capaces que conozco. Y resulta que ahora se pasa la vida en Londres clasificando medicamentos en un almacén, o algo parecido. Y está contento, el hombre, porque –como dice él- se puede acercar a la National Gallery mientras deja marchando la lavadora. Me contó que hace poco saltó a un barco que se deslizaba por uno de esos misteriosos canales, legendariamente poblados de cocodrilos abandonados allí cuando eran pequeñas mascotas, para participar en una fiesta jamaicana. No cabe duda de que está mejor allí. En Londres, quiero decir. Al menos mientras no tropiece y se nos caiga de la fiesta directamente a los cocodrilos, que saben esperar con infinita paciencia.

Lo traigo a colación a este blog porque resulta que Nacho y yo hablamos de Zizek en el puerto de Alicante. Ocurre que mi amigo no ha tirado definitivamente la toalla y sigue estudiando por libre, allá, en la Pérfida Albión; aunque ahora está en “break”, según me cuenta. Parece que no hace mucho asistió a un seminario de Slavoj Zizek, y me estuvo desgranando algunas de las perlas que suelta este camorrista marxistoide por su boca de barbudo feroz. Yo no había leído nada del esloveno, pero como mantengo cierta rivalidad intelectual con Nacho me abstuve de confesarlo y desplegué las habituales tretas del “intelectual de las grandes lagunas”, esa especie oportunista a la que, a regañadientes, pertenezco. El caso es que me interesó Zizek; porque desde que se me murió Derrida, poco después de pasar por la Universidad de Murcia (no creo que haya relación causa-efecto), se me había quedado vacante el puesto de filósofo de referencia en activo, y pensé que podía cubrirlo con este sociólogo deslenguado que dispersa en sus obras infinidad de referencias a películas como Batman o Kung-fu Panda. El jueves pasado, en la librería Diego Marín, estuve leyen-diagonalizando su libro “Viviendo en el final de los tiempos”, que me pareció vano, estimulante, repelente y, por encima de todo, ingenioso. Contiene ideas provocadoras, como la irracionalidad compartida por la física cuántica y el cristianismo, frente a Aristóteles y su robusto sentido común, inter alia. Luego, ya en casa, miré alguna cosa en el Google y di con una entrevista publicada hace un par de años en El País. Os pongo aquí el link por si os interesa:

elpais.com/diario/2011/04/01/tentaciones/1301682172_850215.html

A base de preguntas y respuestas, las intenciones quedan mucho más patentes que en un tocho de 400 páginas plagado de criptogramas lacanianos. La entrevista, en general, no me entusiasma, aunque no deja de tener alguna enjundia. La respuesta a la pregunta ¿Hay que replanteárselo todo? que empieza con la frase “Hay que ser más hedonistas…”, en la que relaciona a los capitalistas actuales con fanáticos religiosos, me parece relevante, por ejemplo. Y por cierto, las comparaciones con el placer de los demás y la consiguiente competición absurda que Zizek denuncia, era uno de los temas de una novela titulada “Los asesinos lentos”, no me acuerdo de qué autor.

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