Días sin espuma

por Rafael Balanzá

“Parece ser, en efecto, que las masas están equivocadas y que los individuos siempre tienen razón.”

Esta frase que Boris Vian me birló hace ya unos cuantos años figura en el preámbulo de La espuma de los días. Se trata de una rara novela, por momentos casi vulgar y otras veces, la mayoría de las veces, conmovedora y deslumbrante. A través de sus páginas, el joven narrador y poeta nos empuja con mano triste, pero enfundada en alegre guante de cabritilla con borlas –remedando su estilo-, a una extraña fiesta de la espuma. Y una vez allí, comprobamos con sorpresa que todo es exactamente lo que en verdad es, y precisamente lo contrario de lo que parecía. Boris Vian no era como Jean Paul Sartre (Jean Sol Partre en la narración) un escritor comprometido. Mejor dicho, sí que lo era: estaba extremada y fanáticamente comprometido consigo mismo y con su arte. En 1947 La espuma de los días quedó finalista de un premio importante, el “Prix de la Pléiade”, fundado por Gallimard. El jurado, por lo visto, lo integraban unos cuantos cantamañanas, nombres del todo insignificantes: Camus, Éluard, Malraux… El chico no ganó, cosa que le sentó bastante mal, ya que al parecer prefería la carrera literaria a la de ingeniero subalterno. Por supuesto, fue una injusticia; así que comparto y hago mía su comprensible amargura e incluso su centelleante resentimiento.

Se burla mucho Vian en su novela de los snobs del París de aquella época, quienes según el narrador eran muy capaces de lanzarse en paracaídas o reptar por las cloacas para asistir a una conferencia del filósofo existencialista con cara de lenguado. Esta última y más bien poco favorecedora comparación –recordemos que hablamos de un pez que presenta una desagradable asimetría en la disposición de sus ojos-, también es sugerida por Vian en uno de sus abundantes juegos de palabras. El librito está sembrado de improbables e ingeniosas sinestesias, metáforas y toda clase de tropos audaces para evocar un mundo imaginario más real que el verdadero. Por ejemplo, y otra vez con Sartre como diana -en este caso jugando con el título de su libro más conocido-, se menciona en el texto “un anillo en forma de nausea”. Aquí el poeta, sin duda, logra un blanco perfecto.

En fin…, interrumpo la lectura esta mañana para mirar a mi alrededor y tomar contacto con nuestra deprimente actualidad, después de un verano líquido y turquesa. En nuestra época ya no hay lugar para escritores artísticamente ambiciosos, ni comprometidos ni sin comprometer. Dentro de poco, simplemente no habrá lugar para escritores ni para lectores de ninguna clase. Y desde luego nadie se tirará en paracaídas o reptará por una alcantarilla intentando colarse en la conferencia de alguien, a no ser que se trate de un gurú motivacional o de un vendeburras del coaching. De todo aquello, del mundo de Vian y sus contemporáneos, no queda prácticamente nada. Desde luego no en España; pero ya tampoco en los países europeos.

Supongo que se nota mucho que mi nausea se está haciendo del tamaño de un aro de hula-hoop. Nos tocan días de tedio, sin espuma ni consuelo que valgan. Pero las lágrimas de una religiosa negra en televisión, que viene de batirse con el Ébola en el África crucificada, empequeñecen mis lamentos. Y, probablemente, los de Vian.

Más por Conocer. Apre(h)ender al autor. Rosa Lentini

Más por Conocer. Apre(h)ender al autor. Rosana Acquaroni

Conocer al Autor República Dominicana

Dequevalapeli