No podemos

por Rafael Balanzá

“La ciencia es la enemiga del hombre. Alienta en nosotros el instinto de omnipotencia que conduce a nuestra destrucción –dice Luis Buñuel en el último capítulo de Mi último suspiro, y continúa un poco más adelante con asombrosa, con sobrecogedora lucidez:- Este nuevo Apocalipsis, como el antiguo, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación, la ciencia, la tecnología y la información.” Recordemos que la magnífica autobiografía que acabamos de citar fue publicada en 1982. ¿No es asombrosa la clarividencia del portentoso aragonés a la hora de anticipar nuestro presente? ¿Se puede acertar más en un pronóstico? (Ningún lector debería perderse, dicho sea de paso, este libro estupendo, escrito en colaboración con su guionista de la etapa francesa.) Ocioso será, supongo, aclarar ahora que comparto el pesimismo que inspira esas patibularias palabras. El antídoto para tan tenebrosa visión podría ser la utopía, pero como opción política me temo que está irreparablemente rota, tan hecha añicos como los redondos cristales de las gafas de Lennon, después del último disparo de Chapman bajo los tétricos gabletes del edificio Dakota. Sin embargo, algunos se empeñan en resucitarla. Yo también echo de menos a la utopía -¿y quién no?- pero cualquiera que haya visto un episodio de Walking Dead sabe que es preferible que los muertos descansen en paz.

Estos utópicos lerdos no ven, no quieren ver, que el excremento que se encuentran tan a menudo en la alfombra de su casa, y ante el que tanto se indignan, es precisamente suyo: la mejor prueba posible de su demencia. La basura en la que viven y que dicen querer limpiar la producen, también, ellos mismos. Desde luego, hay prominentes egoístas y corruptos muy poderosos, a la vista está. Y asimismo, estructuras de poder injustas que debemos remover. Pero en general los políticos de la casta, los dueños de los medios de comunicación (esos bancos que colaboran con la casta) no hacen más que surfear la ola de imbecilidad que forma la mayor parte de la sociedad que los sostiene y los engendra. Ellos no la producen, no la desencadenan porque no lo necesitan. Simplemente la cabalgan. Tienen tabla… y surfean. Recordemos que vivimos en un país que solo acude en masa al cine para ver “Torrente 5”. El Sistema del que hablan con desprecio los que mejor lo representan –esos inconsecuentes telerevolucionarios-, fabrica, publicita y vende sin pudor sus propias rebeldías, desde el verano de las flores, desde el punk y el grunge, hasta los nuevos partidos europeos antisistema.

No existen los Reyes Magos, qué lástima. Y tampoco hay un Impero intergaláctico contra el que rebelarse. El lado oscuro habita en nosotros. Miremos simplemente a nuestro alrededor, veremos que el mundo es todavía demasiado bueno para lo que cabría esperar observando a nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Más duro aún: busquemos un espejo. Basta con aplicar un cambio de escala. Las cuentas salen. Sumando a la ecuación, eso sí, los otros factores: demasiada gente, demasiada información, demasiado papanatismo tecnológico jaleado por los tecnomasturbadores. Por no hablar de la liquidación de todo aquello que, como el cine o la literatura de calidad, podría haber ayudado a cada uno a realizar la heroica, la titánica utopía de cambiarse un poco a sí mismo para intentar salirse de la ola. Está claro que no podemos.

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