Bufones

por Rafael Balanzá

Nos cuenta cierto cronista que la enana Magdalena Ruiz se emborrachó un día y, con los mofletes escaldados, entre hipo y regüeldo, le espetó al Rey Prudente –a la sazón, el hombre más poderoso del mundo-, nada menos que la siguiente lindeza: “¡Felipe, te voy a matar!” Todos rieron, claro. Me viene a la memoria el episodio por las andanzas de algún bufón contemporáneo. Fernando Sánchez Dragó no ha amenazado de muerte al Papa, por ahora. De momento se conforma con excomulgarlo. Dice, en algún artículo reciente, que Francisco es un hereje. Con un par.

Más allá del hecho trivial de que quien se arroga la custodia de la ortodoxia católica resulta ser un adúltero notorio y un presunto pederasta, y para que no sea ad hominem todo el argumentario, diré que no me convencen las razones que Dragó aduce para fundar tal acusación. Al contrario, pienso más bien que Francisco, en lo esencial, lo que está haciendo es tomar en serio el Nuevo Testamento y, hasta donde puede y lo dejan, intentar llevar su espíritu y su letra a la vida actual de la Iglesia. Soy agnóstico, aunque no pierdo la esperanza de caer de una vez y para siempre en la trampa bendita del cristianismo (el primitivo, claro) y por eso me cae bien este Papa. Pienso que es valiente. Morir en un atentado es lo único que le falta para perfeccionar su imitación de Cristo, pero esto no lo deseamos.

Hubo un tiempo en que yo tomé a Dragó por un hombre espiritual, un escéptico hambriento de Dios. Cuánto puede la juventud equivocarlo a uno. Con los años y las canas me he dado cuenta de lo infinitamente más próximo que me encuentro en realidad de cualquier ateo irónico y triste –Félix de Azúa, por ejemplo- que de un cantamañanas sincretista, un mercachifle de orientalismos y refritos hippihondos. Hablando de canas, él no las luce porque se tinta el pelo, de lo contrario le recordaría a Cicerón: Non cani nec rugae repente auctoritatem adripere possunt…. La vejez, Fernando, por sí misma no otorga autoridad. Y tú sabes demasiado bien que no la tienes. Dices que los escritores somos espadachines. Aciertas. Así que toma esto como una estocada limpia, sin saña, porque no te tengo tirria ni te quiero mal. Lo que pasa es que has dicho, además de algunas verdades estimables en momentos de encomiable valentía, demasiadas gilipolleces. Me doy cuenta de mi pequeñez al lado de tu facundia mediática y de tu arte para surfear todas las olas que vengan. Surfeaste a la dictadura, jugando al antifranquismo estudiantil; y luego a la transición, siendo el más transitivo; y después al PSOE, siendo el más libertario; y últimamente al PP, reciclado en liberal-reaccionario, aunque sin perder nunca tu facha de faquir televisivo y sin bajarte de tu alfombra mágica. Y si llega Podemos, tú serás sin duda el que más pueda. Por consejo de un amigo común te envié mi primera novela, para ver si le dabas un pase mágico en la tele, de esos que ayudan a vender mucho un libro. Me arrepiento (homine peccatore) de haber caído en la tentación. Funcionó muy bien sin tu pase, y celebro que así fuera. Insisto, no te tengo tirria ni te guardo rencor, pero piensa en la edad que tienes y deja ya de pasear tu falta de vanidad por todos los platós y tribunas del Mundo. La próxima vez que te acuestes en el ataúd recuerda que no te llevarás contigo ni tu celebridad ni tu éxito, pero sí la responsabilidad de haber confundido a los simples, y también la de haber consagrado tu vida a ese ego del que careces; aunque imagino que te reirás del juicio de Dios ya que nunca has sido cristiano, ni cosa alguna en serio. De todos modos, te deseo muchos años más de vida, para que sigas repartiendo excomuniones y vendiendo flatus vocis de nirvana porrero y libertario a las comadres ricas y descerebradas de tu generación.

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