Límites

por Rafael Balanzá

No me interesan mucho las Olimpiadas, lo confieso. O sea, sí, me interesan un ratito, mientras cenamos con la tele puesta; como esa reciente tarde de agosto en que parecía, por unos segundos de plata, que España estaba a punto de devolverle al gigante americano, vía Basket, la paliza de 1898. Una guerra, por cierto, que –como sabéis- fue promovida por el matón mediático llamado William Randolph Hearst, el Citizen Kane encarnado por Welles en su legendaria película. En fin… la verdad es que no me interesan demasiado las Olimpiadas.

Sin embargo, un comentario fugaz oído en la tele sobre la creciente dificultad de batir récords importantes en atletismo, me llevó este verano a una reflexión general sobre el concepto de límite y su vigencia en la historia humana. Aunque cada vez me cuesta más recordar mis lecturas de juventud –porque el tiempo y la pena todo lo confunden- creo que el eximio filósofo Eugenio Trías dedicó muchas de las mejores horas de su pensamiento a explotar filosóficamente esta fecunda noción. Otro filósofo, Nicholas Rescher, ha reflexionado de modo muy brillante sobre los límites de la ciencia. Y a propósito, ¿por qué casi nadie señala que desde hace más de medio siglo no se produce ningún avance científico verdaderamente revolucionario? Bueno, sí: Rescher lo hace; pero a la plebe no le mola nada, les gusta creer que están a un paso de Star Trek y los medios de comunicación no viven de quitarles el caramelo, sino de vendérselo. No digo que no haya avances, ojo: sí que los hay, y muy importantes desde luego, pero ninguno comparable a la Relatividad General, a la Mecánica Cuántica o al descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN. Lo que vivimos ahora, la llamada revolución digital, no es más que el desarrollo de ideas anteriores a 1950. Las de Turing, por ejemplo. La ciencia se ha encontrado con la inesperada barrera de la complejidad, a la que se suma la escasez de recursos económicos. Se sigue avanzando, por supuesto, pero a menos velocidad en términos relativos. Por desgracia, el cáncer todavía no siempre se cura, los coches no vuelan y la carrera espacial (al menos como conquista de otros cuerpos celestes distintos de la tierra) se detuvo bruscamente en 1972, cuando la gente se aburrió de ver por la tele a hombres hechos y derechos, embutidos en aparatosos trajes blancos, dar saltitos y poner banderitas en la cara acribillada de acné cósmico de un satélite polvoriento.

Por otra parte, la humanidad está muy cerca de alcanzar su límite demográfico. También las exploraciones de territorios recónditos alcanzaron sus límites cuando Tintín entró en la facultad de periodismo. Y el planeta se encuentra muy cerca de sus límites en cuanto a recursos y presión ambiental. Estamos rozando los límites en casi todo. En los países desarrollados no hay ninguna innovación política significativa desde antes de la Primera Guerra Mundial. Derrotados el fascismo y el comunismo, la democracia liberal campa tediosamente por los vastos territorios del final de la historia. Aunque milagros genéticos como el de Mozart tal vez se sigan dando, el hecho es que no esperamos que compongan algo superior, o siquiera equivalente, a la sinfonía 40 o a La flauta mágica. Y tampoco en literatura hay nadie que le dé la vuelta a la tortilla de lo posible, de lo que se puede contar, como lo hicieron en su momento Cervantes o Kafka. Y yo me pregunto aquí y ahora: ¿pueden conectarse de algún modo todos estos datos? ¿Hay alguna clave oculta en la constatación de que la humanidad ha alcanzado o está a punto de alcanzar sus límites en muchos y diferentes campos? La hay, claro que la hay, pero no me cabe: el límite de mi post es un folio y no me quiero pasar.

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