Amanece, pero es poco

por Rafael Balanzá

 

Cuánto echamos de menos a Cuerda. Es verdad, sí, que lo podemos considerar tributario, por lo menos en parte, del Buñuel de “La vía láctea”, si pensamos en las fuentes de inspiración de esa gloria bendita del cine español que parafraseo en el título, y que le ganó reconocimiento universal, o por lo menos ibérico; pero eso apenas le resta mérito. Después de todo, nadie es del todo original, o sublime sin interrupción como pedía Baudelaire. Incluso Dios se plagia a sí mismo y repite gags continuamente. Ese pueblo en el que el alcalde se ahorca para expresar su descontento con los vecinos pertenece ya a la más reconocible iconografía patria y ha traspasado estos días la frontera del universo surrealista para hacerse realidad. Ya sabéis por qué lo digo.

Y no quiero dar a entender con esto que el alcalde ahorcado no tenga sus motivos. La derecha, ya desprovista de la careta de tolerancia que se puso en la Transición para hacerse un poco más amable, tras los 40 años de gótico nacionalcatólico y cuartelero, vuelve a ser a las claras ese conglomerado grotesco de brutalidad, ignorancia y barbarie que ha sido siempre. Así que en simétrica réplica a los escraches de Podemos de años pasados, arrastrada por los jinetes voxeadores, se dedica ahora a perpetrar escraches mediáticos tan repugnantes y antiliberales como lo fueron aquellos. No pueden tolerar que al legítimo Gobierno de izquierdas le estén saliendo las cuentas en lo económico. Y como el disparate de la amnistía no cala lo suficiente entre los jóvenes, hay que ir a por la mujer del presidente. Nauseabundo todo, y ridículo a la vez. Son los extremos políticos los que nos están arrastrando a la imbecilidad, a la sobreactuación y al esperpento joseluiscuerdense.

Pero yo asisto muy divertido al guiñol, celebrando la publicación de mi “Muerte de atlante”. No caigo simpático a nadie, no estoy claramente alineado ni he hecho los votos necesarios para ingresar en alguna de las sectas, todo el mundo sabe que soy soberbio, que me rebelé contra el mundillo editorial y me echaron a la calle por pendenciero y por bocazas, que me arruiné yo solito un libro, que desprecio al establishment cultural, a los progres, a los rancios y a los mediocres, que me creo nacido de la cabeza de Brahma (por lo menos), y que me considero el último genio hispánico. Y 17 años después de mi primer libro, ¿todavía me siguen publicando? ¡No me diréis que no es para celebrarlo!

El jueves llamé al director de este portal y le dije que no publicara mi conversación con Pablo Escudero (¡qué placer hablar durante 45 minutos con un narrador tan brillante!) el mismo lunes que el mago-presidente prometía sacar conejo de la chistera. “Es igual, Rafa, esto es cultura… De todas formas no os va a ver nadie.” (Risas a dúo). Tenía razón, Carlos, pero aún así accedió a demorar la publicación unos días. En esa interesantísima conversación le digo a Pablo –entre otras cosas- que somos una generación infantil, sin relato propio, y que arrastrada por flautistas de Hamelin como Losada y Losantos trata de encontrar identidad en el peor sitio posible: en la política. Y le digo mucho más, ¡claro! Pero no os lo voy a adelantar todo, ¿no?

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