Resurrección

Amigos, la Pascua de Resurrección tiene estas cosas. El viejo Balanzá, el cenizo irredento, el pesimista patológico, el amargado profesional… ya no reclama un sitio entre los ilustres difuntos del panteón tardo-romántico. O sea: ha renunciado a ser un mártir de las letras, un sufridor penitente por la causa perdida del Arte. En una palabra (y sin intención de alarmaros demasiado), creo que he resucitado. Estoy encantado con la promoción de mi libro, el mejor, me parece, desde “Los asesinos lentos”.

En Valencia, la semana pasada, tres radios, cuatro periódicos y una televisión han tenido la gentileza de interesarse por el fruto de mi trabajo. And then we take Madrid. ¿Debería preocuparme que no aparezcan reseñas cultas en los medios pretendidamente intelectuales? Creo que no. Sinceramente… no. En el pasado me han dedicado los más encendidos, bombásticos y sonrojantes elogios: “Autor perdurable”, “Extraordinarias dotes narrativas”, “Grato descubrimiento”, “En la élite de prosistas de su generación”, “prosista seguro y preciso”… ¿Y para qué me ha servido todo eso? En una sencilla y maravillosa palabra de resonancias existencialistas: para NADA. Si mal que bien se han ido vendiendo mis libros hasta ahora, no os quepa la menor duda de que ha sido por otras razones: el impulso de un premio, la moda del thriller… Porque resulta, amigos, que ya nadie lee las críticas, y muy pocos consideran a los críticos una fuente autorizada. Que esto no es algo a celebrar, os oigo objetar. Bien… estoy de acuerdo; pero dado que las cosas son como son, y no como deberían ser, me interesa mucho más que un líder de opinión destaque en Radio 3 la originalidad de mi novela que lo que pueda decir algún mono académico con librea que ya no me considera digno de su teclado. Hay tontos del ano (Roosevelt) que siguen creyendo en esa vieja cantinela de que hay editoriales serias que publican verdadera literatura y otras que se decantan por lo puramente comercial. Como si los truños que imprimen algunos de estos sellos “prestigiosos” (ya os imagináis que estoy pensando en primer lugar en uno cuyos libros de tono gris verdoso jalonaron el vía crucis progre- cultureta de la Transición) no fueran mucho más pestilentes y ridículos, e igualmente orientados al comercio -por la vía del sectarismo político, por ejemplo-, que los de aquellas otras grandes multinacionales. ¿Que no quieren escribir sobre mí? Pues que no lo hagan, no sea que manchen mi limpia trayectoria, recién oreada al sol de Murcia, con sus cochinas cagaditas de paloma. Además, su silencio me honra. Es un privilegio que comparto con Arrabal.

Y en todo caso, lector aplicado de Kierkegaard como soy, sé muy bien que quien se toma en serio lo capital de la vida –es decir, la salvación del alma- puede comportarse como un jocoso bromista en todo lo demás. Ya lo escribió el gran poeta de Stratford: There’s nothing serious in mortality. All is but toys. ¡Pues amén!

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