Comercio y cristianismo, Escohotado ante Iglesias (I)

por Rafael Balanzá

En un post anterior daba réplica a una columna de Félix de Azúa, en la que el académico pretendía dispensar credenciales para acceder al noble sentimiento de la indignación. Ahora quien llama mi atención es el lotófago y liberal filósofo Antonio Eschotado, el cual engrosa, como el anterior, las filas de los mutantes políticos, esos jinetes del progresismo patrio caídos del caballo camino de Damasco.

El motivo de este post es una entrevista que le hizo un genuflexo Pablo Iglesias en su programa de televisión y a la cual podéis acceder pinchando el link (abajo). Lo que veréis y oiréis, si os tomáis la molestia, podría muy bien resumirse de este modo: el abuelo se merienda al nieto sin pestañear y sin masticarlo. Del pobre Pablo, al final, no asoma ni la coleta. Es lógico, teniendo en cuenta la indigencia intelectual del más joven y la veteranía del hippy converso. La charla gravita en torno a la obra de Escohotado que lleva por título Los enemigos del comercio. De ella (considero obligado confesarlo) apenas he leído parcialmente el primer tomo; aunque no descarto una lectura completa, ya que no niego su posible interés.

La cuestión es que el presente texto no es una crítica del libro, sino de las opiniones sostenidas por su autor en la aludida conversación con Iglesias. De su argumentación se desprende la idea medular de que el comercio –y no como los ingenuos suponíamos el arte, la filosofía, la ciencia o el derecho- es la fuente principal de todo progreso en la civilización y, por otra parte, las oscuras fuerzas del cristianismo constituyen el enemigo mortal de la humanidad. Esta combinación de Nietzsche y Friedich Hayek parece ser el destilado final de este izquierdista peligroso (en su juventud llegó a estar más que dispuesto a la lucha armada, según él mismo confiesa) que ha terminado entregado en su senectud, aunque con unos aires socarrones que disimulan su furor ideológico, al más fanático credo neocon.

Según explica el viejo profesor, Jesús de Nazaret fue impregnado en sus años de formación por las enseñanzas y creencias de los esenios, y más tarde dedicó toda su energía y carisma a predicar la pobreza y a denostar toda forma de comercio. La consecuencia de la cristianización de Europa habría sido, según Escohotado, el retroceso altomedieval en el desarrollo económico y humano de las sociedades afectadas por tan maligno virus. Siglos después, ese mismo virus, mutado en una variante particularmente peligrosa, habría dado lugar al marxismo.

Permitidme ahora un ligero movimiento de muñeca para comprobar que mi vara cimbrea con la acostumbrada flexibilidad.

Que un párvulo como Pablo Iglesias no sea capaz de rebatir con eficacia los argumentos de un sofista ingenioso, mimado por el sol de Ibiza y curtido por los focos de los platós de televisión, no puede, en verdad, sorprender a nadie. Y tampoco extraña, a fin de cuentas, que un epicúreo que se entrega al placer como único objetivo vital tras despreciar cualquier clase de horizonte utópico, acabe transformado en defensor de la casta de privilegiados a la que ya pertenecía cuando era joven y rebelde. Pero más chocante me parece que no se preocupe -siquiera por rigor intelectual-, de lograr una mínima comprensión de lo que es y significa la doctrina cristiana. Por si le sirve, le ofrezco gratis una lección de un folio que le podría ahorrar la (sobria) relectura de varios miles de libros que amarillean en su biblioteca, envueltos en una bruma risueña de sándalo y cannabis. Pero eso será en mi post de septiembre.

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