Imagina que vives en un país de mierda

por Rafael Balanzá

Imagina que vives en un país de mierda. Un país que fue la primera potencia global y hegemónica de Occidente, dos siglos antes que Francia, tres siglos antes que Gran Bretaña, casi cuatro antes que los Estados Unidos. Imagina que vives en una nación que legó importantes tesoros a la civilización en el pasado. Los de Velázquez y Goya, los de Cervantes, los de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, entre muchos, muchos otros; pero que ya no es ni el polvo del recuerdo de su sombra. Imagina ahora que te toca escribir sobre literatura cuando está a punto de ocurrir, o ha ocurrido ya, algo supuestamente grave, incluso decisivo, y de lo que todo el mundo habla, pero que a ti no te importa un cojón de mandril, porque sabes muy bien que, aunque puede afectarte de algún modo, no tiene en realidad gran importancia en medio del hundimiento final de Occidente, que es el drama que en realidad se está representando en el Theatrum mundi y que empequeñece hasta el ridículo todo lo que aquí pasa.

Además, y para rematar, eso que sucede y de lo que todo el mundo opina, eso que tú te resistes a comentar aquí, resulta que acapara la atención de todos en el momento preciso en que está a punto de publicarse tu libro. Una novela, Los dioses carnívoros, editada por Algaida, en la que se expone cómo una vez perdido el contacto con la idea socrática del alma y –por supuesto- también con la mucho más carnal redención cristiana no hay ya ética sólida que pueda resistir el poder corrosivo del nihilismo activo de Occidente, prefigurado por Calicles en el Gorgias platónico y magníficamente argumentado por Nietzsche. Ni esperanza que sobreviva a ese otro nihilismo saturnino y absorbente que ha derrotado a los más grandes poetas de la caída en este trecho final de la historia, desde Kafka y Beckett hasta Houellebecq, tus hermanos mayores. Una novela en la que se explica y se desgrana cómo el rencor ha sido, y será hasta el final, el verdadero motor de la historia humana, el sentimiento natural inspirador de intolerancias religiosas y nacionalismos exacerbados. Una obra de la que tampoco quieres hablar porque sería un caso intolerable de autopromoción.
  
Imagina, en fin, que te toca escribir de algo más bien cultural. Pero estás viendo que no queda nadie para atender a otra cosa distinta que el conflicto provocado por los nietos lerdos de una burguesía mezquina y codiciosa; aquella gentuza resentida que urdió una mitología victimista y absurda, como un cuento de enanos rijosos y hadas subnormales, en la periferia supuestamente expoliada de lo que era en aquel momento (finales del XIX) una pobre potencia colonial decadente. Un conflicto propiciado hoy por un gobierno cínico y materialista, y complicado por una oposición de políticos escapados del mundo de la abeja Maya. 

Imagina que sientes ganas de escribir sobre el portentoso libro de Steiner, Presencias reales –un auténtico canto del cisne del significado en la literatura y el arte-, que estás releyendo justamente ahora, o bien sobre la Profesión de fe del Vicario Saboyano de Rousseau que leíste el mes pasado; pero notas, percibes que no hay nadie al otro lado del hilo, porque todos están en la manifestación, o magreándose en Twitter, o desplumándose a picotazos en cualquier gallinero televisivo. Imagina todo eso. Imagínalo y ponte de una (p) vez a escribir tu post.

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