Ficciones

por Rafael Balanzá

Así tituló Borges un memorable volumen de relatos, entre los que figuran Las ruinas circulares y La biblioteca de Babel, dos de mis favoritos. Ambos constituyen indagaciones sutiles y asombrosas del carácter mismo de la ficción, proyectadas en dos perspectivas epistemológicas diferentes. El primero explora el par ficción / realidad y el segundo es un juego vertiginosamente imaginativo que trata de aproximarnos a los confines de lo que es posible expresar mediante el lenguaje y, en última instancia, de modo implícito, a los límites de lo pensable. Encontramos en el mismo libro otra pieza muy conocida, Pierre Menard, autor del Quijote, que nos enfrenta ingeniosamente al problema de la hermenéutica y el contexto, y que pudo servir de inspiración -como otras del autor argentino- durante la segunda mitad del siglo XX, para algunos de los más importantes filósofos postestructuralistas. Algunos de ellos, embriagados por los peligrosos vapores de estas ficciones, se fueron al zoo lingüístico y abrieron las jaulas de los significados… Aunque esa es ya otra historia.    

        Pero, ¿por qué las ficciones? ¿Por qué inventamos historias, mundos y seres que no existen, y sin embargo acaban gozando a veces de una realidad que llega a eclipsar a la de sus propios creadores? En estos últimos meses he viajado a dos ciudades muy distantes, Oviedo y Nueva Orleans, que tienen un pequeño rasgo en común; en ambas existe una estatua dedicada, no a un escritor, sino a un personaje literario: La Regenta e Ignatius Reilly. (Y ya que estamos, ¿sois capaces de imaginar semejante matrimonio?)  

       

Una de las respuestas más sugestivas a las anteriores preguntas podemos encontrarla en un libro que se ha convertido en bestseller mundial y que, además de esa condición, goza de la estima tanto de la élite social y política como de la crítica especializada, lo que supone un verdadero hat-trick para el autor. Me refiero a Sapiens, de animales a dioses, de Yuval Noah Harari. Según él, la capacidad de producir ficciones –más que la aparición del lenguaje en sí- es el fenómeno que se encuentra en el epicentro de la revolución cognitiva que tuvo lugar entre el comienzo de la expansión de nuestra especie por todo el globo terráqueo (hace unos 70 mil años) y la revolución agrícola que se desarrolló hace 12 mil. Sospecho que no será la última vez que os hable de esta obra aquí, ya que se trata de una lectura en curso. 

 

Hay, por cierto, dos ensayos relacionados con la ficción que han resultado de gran importancia para mí (no me cansé de referirme a ellos en el curso sobre Thriller psicológico: Descritura.com) en mi propia práctica literaria. El primero es El arte de la novela, de Milan Kundera, en el que el autor nos explica, entre otras muchas cosas, que solamente este género puede integrar a la poesía y al ensayo, algo que no funciona en la misma medida en sentido contrario. Y entre los libros recientes de narratología no dejaría de citar Los mecanismos de la ficción de James Wood.  

 

Nos explica Harari, de modo brillante y sugestivo, en las primeras páginas de su libro, cómo la ficción y su producto esencial, el mito, permitió cohesionar a grandes grupos humanos y extender las redes de colaboración a dispersas poblaciones de sapiens. Ignoro si en algún capítulo posterior se ocupa del espinoso asunto de por qué el concentrado convulso de materia y energía del Tiempo de Planck evolucionó precisamente en la dirección de segregar ficción, en lugar de hacerlo en cualquier otra; o de no haber evolucionado en absoluto, si todo lo que existe hubiera quedado retenido en la oscura matriz del no-ser (es decir, la nada), concepto que es otro producto insoslayable de nuestra capacidad ficcional, como demostró Parménides. En todo caso, sigo leyendo con gran interés. Y continuaré informando.

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