Balada del Kraken

por Rafael Balanzá

El pasado lunes 23 de septiembre me encontré en Murcia con dos buenos amigos a quienes debo –ya lo he dicho otras veces- el espaldarazo inicial que dio lugar a mi posterior trayectoria literaria. El céfiro que hinchó las velas en un primer momento fue la convicción arrolladora de Manuel Moyano: “¡Tienes que publicar esto!”, me ordenó, con su rotunda y abrumadora cachaza cordobesa. En aquel imperativo categórico, “esto” equivalía a mis “Crímenes triviales”. Y para convencerme de la bondad del objetivo, se tomó la molestia de maquetar, imprimir y encuadernar el manuscrito, que luego me envió a casa por correo postal. Unos años más tarde, ya publicados mis cinco relatos, Luis Alberto de Cuenca –a quien había conocido cuando él era secretario de estado, entregándole osadamente un número de El Kraken en el que lo criticaba-, con la oreada generosidad de los caballeros liberales y la infalible pituitaria de los poetas de genio, escribió en un periódico nacional que, agazapado y trémulo, en aquel librito de cubiertas encarnadas, se gestaba un hábil narrador. Sin este impulso, al alimón, jamás habría encontrado la seguridad y la fuerza para escribir “Los asesinos lentos”, obra con la que gané el único premio de novela de nuestro país, con carácter de verdadero y estricto concurso-oposición, que puede lanzar a un desconocido, sin más keroseno que el de su prosa, a la órbita de las editoriales grandes. Nunca me he cansado de dar gracias a Pan (como Arrabal diría) de que ni Moyano ni de Cuenca formaran parte del jurado, para secreta mortificación de difamadores y envidiosos.

El encuentro del pasado lunes fue grato para los tres, me parece, pero circundaba nuestros abrazos el lívido halo de la melancolía, esa emoción que al parecer Aristóteles –en un texto tal vez apócrifo- relacionaba con el talento y la creatividad. Sucede que nos hacemos mayores, y quedan ya muy atrás los alegres tiempos de El Kraken. Ahora miro con envidia a una joven escritora, brillante filóloga y activista cultural, Mónica Pelluz, que me recuerda mucho mis años heroicos de intrépido letraherido: un alicantino afincado en Murcia, empeñado en remover la escena cultural en la capital del Segura. Aquellos, los del Kraken, fueron sin duda los mejores años. Sucede que una vez que has clavado el estandarte en la cima –me río, por supuesto, al escribir esta chorrada- solo queda defender la posición para que no te bajen de allí a pedradas.

La verdad es que nunca he tenido gran aceptación ni en Murcia ni en Alicante. En la primera soy un capullo alicantino y en la segunda un garrulo murciano. Parece que cuanto más lejos (Madrid, Asturias, Turín…) mejor me reciben. La culpa es mía, desde luego. Solo hay que repasar mi trayectoria. En 2011, cuando propinaron una brutal paliza al consejero Pedro Alberto Cruz (quien había sido compañero mío en la facultad de letras), dije en una columna de prensa que, pese a ser más bien de izquierdas y estar en contra del valcarcelato (sic), aquello no me parecía de buenos cristianos. Y claro, esa era la mejor forma de caer mal a las dos sectas. ¿Y a este…quién lo ha engordado? ¿Quién le ha dado de mamar, si no se amorra a ninguna teta? ¿Qué se habrá creído el cagamiel? No está en una panda ni en la otra y nos mira con asquito a todos. Y no le debe nada al pesebre. Y tampoco es dulce cuando habla, ni se pasa la vida elogiando los bálanos de sus colegas. ¡Será anatema! No da alpiste a los pájaros para que canten, no contamos con él para casi nada y no se queja…; nos dedica solo ese desprecio sonriente, como de patricio romano. ¿Es que ha nacido de la cabeza de Brahma? En fin… no sé cómo me irá en lo que queda de camino hasta el atardecer, pero confío en que al final, lo último que se borre de mí, en el aire de la huerta donde vivo, sea precisamente esa sonrisa burlona; y un saludo con la mano (limpia, abierta) a mis amigos.

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