Inteligencia, dame el nombre exacto…

por Rafael Balanzá

… de las cosas. Sí, es el famoso verso de Juan Ramón Jiménez, clarividente poeta que no pudo evitar, sin embargo, la cruel burla de Buñuel y Dalí , quienes le enviaron una carta muy ofensiva (diciéndole, inter alia, que su obra era una mierda y Platero un burro putrefacto) apenas un día después de haberlo visitado en su casa.

Ya he tratado otras veces aquí el tema de la inteligencia y su difícil abordaje por la sicometría, pero es que no deja de estar de actualidad. A propósito de la aprobación de los presupuestos que entran en vigor ahora, con el nuevo año, Carmen Calvo puso en duda la capacidad de Felipe González para entender las “complejidades de la política actual”. La causa del incidente fue, como el lector recordará, el apoyo de Bildu al gobierno durante el trámite parlamentario. Y digo yo que, si no es que al expresidente se le ha detectado un principio de Alzheimer, por ejemplo, no tenemos más remedio que deducir que la actual vicepresidenta, al decir esto, estaba poniendo en cuestión su inteligencia. No soy quién para meterme a barrer en casa ajena, claro, pero plantearía una propuesta bienintencionada. Los actuales dirigentes del PSOE podrían aconsejar con dulzura a F. G. que visitara a algún especialista antes de volver a opinar, por si fuera necesario evaluar algún tipo de déficit cognitivo. Y si esto les parece engorroso, tal vez bastaría –digo yo- con hacer entrar al veterano socialista en una habitación con tres cajas de madera y un plátano colgado del techo, para observar su reacción.

De todas formas, Carmen Calvo tiene razón. La política actual es tan complicada que ni siquiera yo, con mi sobrehumana inteligencia, soy capaz de entenderla. Tenemos a un gobierno socialcomunista al frente del país, y sin embargo no veo en los presupuestos -ni en otras iniciativas gubernamentales- órdenes claras para “arrancar gradualmente todo el capital a la burguesía y centralizar los instrumentos de producción en manos del Estado, mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués”, como prescribe claramente Marx en El Manifiesto Comunista. ¿Será que en realidad el espacio para actuar en política se ha estrechado muchísimo desde los años 30 del siglo pasado y es muy poco lo que en realidad se puede cambiar? ¿Será que en un pequeño país como el nuestro, sujeto a directivas europeas y juegos financieros y comerciales de alcance global apenas hay margen para elegir entre un gobierno de centro-derecha u otro de centro-izquierda? Pero no, no puede ser, porque eso significaría que los partidos extremistas son para gilipollas. Y entonces habría que suponer que en España hay 6 millones de ellos. Menos aún puedo creer lo que dice Luisgé Martín en su brillante ensayo “El mundo feliz”, cuando asegura que “no es razonable seguir sosteniendo que la semilla del mal es exterior al hombre, que viene de la historia o de la estructura social.” Porque si este autor tuviera razón, entonces las tertulias políticas infinitas que nos atiborran de discusiones en todos los canales serían para espectadores oligofrénicos. Como ya tenemos vacuna y estoy de muy buen humor, me niego a empezar el nuevo año suponiendo que una gran parte de mis compatriotas son auténticos retrasados mentales. Y desde luego, sé que no lo son mis lectores, a quienes deseo desde aquí un feliz año, repleto de lecturas, salud y alegría.

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