A mi amigo Rafael Montero

por Rafael Balanzá

Tengo un dilema, Rafa, con el post de este mes. Me gustaría hablar de ti, pero sucede que este espacio lo dedico casi siempre a la literatura y sus contornos. Sin embargo, creo que convendrás conmigo -si no es mucho pedirle a un cabezota como tú- en que la frontera más importante de la república de las letras es, precisamente, esa difusa línea imaginaria que la comunica y la confunde con el salvaje territorio de la vida. Esa misma vida, tan ancha y tan ajena, a la que tú has renunciado. Así que no debería ser tan difícil, después de todo, lo que me propongo. Además, entre otras varias afinidades (compartir nombre de pila, atravesar noches insomnes como dos bergantines dentro de la misma botella, cantar borrachos y a deshoras canciones de Sabina) hemos querido y recitado juntos algunos versos, y hemos brindado por poetas a los que invocábamos bajo la media luna de bronce del Yerbero. Nadie podría imitar tu voz tan grave, de bajo profundo, y tu ceja irónicamente levantada. Seguro que te acuerdas de aquellas noches. Yo no puedo ni quiero olvidarlas, sobre todo ahora que te has marchado a traición, dejándome esta bonita daga de afilada sombra hundida en el costado hasta la empuñadura. Está bien claro, Rafa, está bien claro que tú las cosas no las haces a medias… poniendo el asunto de las mujeres a un lado. Y no te ofendas, lo digo solo porque no duraste demasiado con ninguna. No han sido pocas las que te han hecho compañía a ratos, cobijadas en el porche umbroso de tus soledades, como gatas enamoradas, dormidas junto a las persianas echadas de tu tristeza legendaria. Rafa, amigo mío, querido amigo, perdóname, por favor. Sé que debería haber estado más cerca cuando tu cuerpo empezaba a perder la guerra que librabas contra esos dos enemigos implacables: el mundo y tú mismo. Debí estar ahí, no para intentar impedir lo inevitable, sino simplemente para acompañarte como lo hicieron algunas de tus mejores y más leales amigas. Debería haber estado allí, aunque solo fuera para recitar contigo una última vez el célebre poema de Gil de Biedma que teníamos por divisa. Ahora ya siempre me acordaré de ti en esa última estrofa:

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Ya no para ti, Rafa. No has querido envejecer con nosotros, pero no te guardamos rencor por eso. Te has marchado dejándonos aquí tu pena. La cuidaremos, claro, porque también es nuestra.

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