El verano bien, gracias. Espero que podáis decir lo mismo, a pesar de la pandemia. A partir de los 40 empecé a encontrarle el gusto a eludir compromisos sociales y ahora ya soy todo un virtuoso. Una media docena, habré despejado a la grada a lo largo de este último mes. Y eso sin pensar para nada en el virus. David y yo hemos entrenado duro en Cabo de Gata. El Goju-Ryu es un arduo e infinito camino de perfección, pero
ofrece grandes compensaciones emocionales, físicas y estéticas. Especialmente cuando tu compañero es tu propio vástago.
Sin embargo, comprobar cuánta razón tenía en abril cuando pedía medidas racionales contra la COVID 19, cuando denunciaba lo absurdo y hasta contraproducente que resultaría un confinamiento extremo –el más brutal y autoritario del mundo-, y cuando señalé después que la abusiva e histérica imposición de la mascarilla en espaciosabiertos no serviría para nada sin madurez cívica y un uso responsable de la recuperada libertad de movimientos…, comprobar mi acierto no me ha proporcionado ni una ligera brisa de felicidad. Tener razón, a costa de presenciar cómo tu desgraciado país fracasa una vez más, no produce ningún gozo, creedme. Houellebecq se burla en “Serotonina” (su novela menos lograda hasta el momento, me parece) de la historia reciente de España, jaleando con sorna la astucia de Franco al saltarse la fase industrial del desarrollo e ir directamente a la potenciación del sector turístico, única fuente nacional importante de recursos, ahora malograda por la plaga. Lo que no dice Houellebecq (pero para eso estoy yo, claro) es que en los años 90 y primeros 2000, cuando atábamos los perros con longanizas, se apostó de nuevo por la misma fórmula desarrollista de la dictadura. Qué pena. Qué vergüenza.
Pero no quiero que me salga un post lúgubre, así que vamos con algo positivo. Aparte de entrenar con mi hijo y bañarme en calas recónditas, lo mejor del verano ha sido, sin duda, la sabrosísima y gozosa lectura de la autobiografía de Woody Allen, a mi juicio el mejor director de cine de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va del XXI. “Pero ya estoy listo para nacer –leemos en la página 19-. Por fin llego al mundo. Un mundo en el que jamás me sentiré cómodo, al que jamás entenderé, jamás aprobaré ni perdonaré” ¿Habéis tenido alguna vez la sensación de miraros en un espejo de papel? A mí me ha ocurrido a menudo en mi vida, con Camus, con Kafka, con Beckett… Y este agosto con Woody Allen. Asombra que la inteligencia no pueda salvarnos de nuestros desastres personales y solo sirva para hacerlos aún más humillantes que las tribulaciones de los simples. El libro está plagado de lamentaciones interrogativas del tipo: ¿Cómo no me di cuenta de esto? Jeremiadas sazonadas con humor y engastadas en una rica y creativa prosa literaria. Cuenta Allen que cuando estrenó “Recuerdos” algunos exclamaron indignados, “Pero, ¿de qué se queja este?” Y él les responde así: “Me quejo por todos los que no tienen tanta suerte e incluso por aquellos que consiguen llegar a la cima y una vez allí descubren que (…) los senderos de la gloria te llevan a ya-sabes-tú-dónde. El vertedero que aparece en la primera escena de Recuerdos es donde van a parar tanto los ganadores como los perdedores”. Ahí está, en esencia, todo su cine. Esa es su gran verdad a propósito de todo, o de nada.