La mañana de las elecciones leo el siguiente falso titular en el diario El País: “Madrid elige entre dos modelos de sociedad tras 15 días de crispación”. No es descabellado afirmar que en las elecciones de 1931 se elegía entre dos modelos de sociedad en España; y lo mismo cabe decir de las de 1932 en Alemania. Sin embargo, un titular como el de El País solo puede estar dirigido a lectores ignorantes y paletos, lo que indica (dado que son la mayoría) un finísimo olfato comercial, algo que viene muy bien cuando se está al borde de la quiebra. Actualmente, no hay dos modelos de sociedad en colisión. La alternativa al modelo democrático-liberal-capitalista era el socialismo real de los países del Pacto de Varsovia, y hace tiempo que desapareció. El votante de hoy elige entre versiones levemente distintas de un modelo único.
Ya lo he explicado muchas veces, pero como pedagogo soy un verdadero Sísifo. Vamos con esa piedra otra vez. Tomad una foto de un avión de 1920 y otra de un Boeing 747 de 1970. La diferencia es enorme, brutal. Tomad una foto de un 747 de 1970 y otra de uno actual. Han pasado otros 50 años, pero la diferencia es insignificante. Pensad en el PSOE revolucionario de la República y en el PSOE de las primeras elecciones tras la muerte de Franco. Y ahora, considerad este último y comparadlo con el PSOE de hoy. Quien no pueda establecer las conexiones neurales necesarias para captar la analogía no debe preocuparse. Lo único que tiene que hacer es suscribirse cuanto antes al periódico de los progres y hacerse un piercing en el glandeclítoris.
Los productos de la tecnología (social, política o ingenieril) como los productos de la biología, evolucionan hasta alcanzar un “optimum de diseño”. Por eso el cocodrilo, o el carcharodon carcharias (tiburón blanco) no han cambiado –excepto en lo que se refiere al tamaño- en los últimos 50 millones de años. Esto no significa que no deba haber elecciones o que no importe quién nos gobierna. Dentro del modelo único de sociedad, siguen existiendo algunas diferencias de acabado y complementos. Quien lo desee, puede engañarse pensando que el triunfo de su equipo en el tedioso encuentro electoral mejorará en algo su insípida y fracasada existencia.
Y hablando de política, leo una entrevista a Constantino Bértolo, uno de esos radicales de izquierdas que se niegan a recuperar la razón para convertirse en Alonso Quijano el burgués en su lecho de muerte. (Es un decir, ¡espero que viva todavía medio siglo, por lo menos!) Una vez, cuando dirigía Caballo de Troya, Constantino desestimó “Crímenes triviales”, asegurando en su carta de rechazo que había talento en ese libro. Como surrealista, discípulo de Arrabal, amo las paradojas por encima de todo, así que Constantino el Grande se ganó para siempre mi simpatía. Dice ahora, y en letras gordas: “Las novelas que funcionan en España son cursis”. Si estoy más de acuerdo, reviento. La cursilería, tras la oligofrenia generalizada y la afición al porno y a los antidepresivos, es uno de los rasgos distintivos de nuestra meningítica sociedad de modelo único. ¡Bravo, Constantino! Ya te lo dije una vez por email: in hoc signo vinces . En serio, creo que eres un buen lector y un intelectual de los de antes. Por eso me gustaría regalarte un ejemplar de “Crímenes triviales”. ¡Dedicado y con verdadero afecto!