Agonía de la prensa, con y sin corona

por Rafael Balanzá

Hace años que lamento aquí la decadencia de la literatura, pero he hablado poco hasta ahora de la decrepitud de su hermanastra la prensa y de las zozobras de los explotados periodistas jóvenes. Durante el estado de alarma, los periódicos no han dejado de reivindicar su papel esencial en la difusión de información fiable, en contraste con el incesante flujo de información excrementicia en las cloacas reticulares. Hacen bien, los medios escritos, en destacar su papel democrático, pero me temo que la batalla, a largo plazo, está perdida. Semanas atrás vi un interesante video-reportaje en el diario La Verdad sobre la aportación irrenunciable del periodismo riguroso. Creo que era el director adjunto de The Washington Post quien subrayaba, en esa pieza, la necesidad de las suscripciones para sostener a estos medios, dada la insuficiencia de la publicidad, si es que pretenden ser algo más que meros comparsas del circo de la desinformación a múltiples pistas que gira permanentemente en las diversas redes. A eso (a la captación de suscriptores) es a lo que está apostando también la mayor parte de la prensa digital y de papel española; sin embargo, creo que a la larga no hay esperanza.

¿Y por qué alguien tan antropológicamente optimista como yo, muy amante, como se sabe, de los anuncios de compresas de alas y de los peces de colores, se muestra tan descorazonadoramente siniestro al hablar del futuro del periodismo? La cuestión es fácil de responder. El cáncer que está matando a la prensa es el mismo que ya ha acabado prácticamente con la literatura ética y estéticamente relevante. Un idiota se da un golpe en la cabeza (por lo idiota que es) al abrir la puerta del armario; entonces se vuelve más idiota e intenta abrir otra vez y, claro, se golpea de nuevo, etc. El cáncer al que me refiero es la espiral descendente de la inteligencia. O sea, que la gente es cada día más tonta y eso ya no tiene remedio, al menos en el contexto de la civilización occidental. Preferir una información de calidad a un bulo atractivo requiere un mínimo juicio crítico. Como también lo requiere preferir un buen libro a cualquier mierda que se comercialice. Cuanto menos discernimiento, más basura en las redes sociales y en las librerías, lo que favorece la disminución del discernimiento etc. Así, la basura informativa prolifera como los mejillones cebra en nuestros ríos y los virus malotes en los aeropuertos. La dispersión de noticias dudosas por parte de pseudoperiodistas (algunas veces a sueldo de grupos con intereses políticos concretos) puede ser más que suficiente para una masa de retrasados que no quiere información, sino la mera confirmación de sus prejuicios. Tengamos en cuenta que el rebaño ha estado expuesto a la influencia del escepticismo y el relativismo filosóficos. Los ñus se mueven en manada, con los cuernos casi metidos en el culo del ñu de delante, y no saben quiénes fueron Nietzsche o Derrida, ni falta que les hace; pero han interiorizado que la verdad no existe y que no vale la pena buscarla. Los cocodrilos están de fiesta. Todavía quedan algunos viejos leones en la sabana, como Pedro J. Ramírez, sin embargo, el futuro de la prensa libre, como el de las editoriales independientes, está sellado. La agonía durará aún decenios, así que no me preocupa. Soy consciente de mi propia mortalidad y, como he dicho ya otras veces, esa es una fuente inagotable de optimismo.

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