Ha llegado el frío extremo y yo he empezado “Aniquilación”, de Houellebecq, a un milímetro de mi propia aniquilación personal, por un resfriado tan apocalíptico como casi todo lo que nos rodea desde la pandemia. La literatura, el arte en general, es –o debería ser- el territorio de la libertad, en contraposición a la ciencia, que se circunscribe, básicamente, al territorio de la necesidad. Libertad del artista y libertad del lector, claro. La crítica, por supuesto, puede y debe ser en parte racional, y ofrecer argumentos que fundamenten o pongan en tela de juicio el valor de una obra, sin perder nunca de vista la tradición y el canon, pero al final el gusto de cada cual es soberano. Cada uno decide en libertad. Si me preguntan qué es lo que hace que me interese una obra o toda la obra de un determinado autor, principalmente hablaría de su punto devista. Pero no en un sentido técnico (narrador homodiegético o heterodiegético, primera o tercera persona, uno o varios narradores omniscientes o limitados) sino moral, en la línea del implied author del profesor Wayne C. Booth. Y es el caso que a mí me interesa el punto de vista de Houellebecq, su modo de ver, valorar y, sobre todo, sentir el mundo. Lo mismo me ocurre, por ejemplo, con Woody Allen. Y esto con independencia del grado de acierto en cada una de sus obras, secuencias, capítulos, escenas… Me parece flojo, por ejemplo, he indigno de un narrador tan bueno como suele serlo él, que Houellebecq compare a la muerte con una ramera (página 60), figura que considero manida y casi vulgar. Sin embargo, en general, la novela –voy por la mitad; os mantendré informados- me está interesando tanto como las anteriores.
Y mientras, ahí fuera el mundo sigue descontrolado. El otro día, cuando estaba pasando mi compra por caja, una señora con el pelo fuxia estampó su carro contra el mío y profirió: “¡El Mercadona es facsismo en estao puro!” Luego, escupió el chicle en la cinta transportadora y soltó una risotada. Me pasó, creo, la misma mañana en que un fanático degenerado –además de imbécil- atacó y mató a un sacristán en una iglesia de Algeciras. Como si la Iglesia representara a estas alturas a España o a Occidente. Resulta que es una de las pocas instituciones que acoge y protege a los inmigrantes de cualquier nacionalidad, incluidos los musulmanes, desde luego; exactamente lo contrario que Vox, partido que no ha tardado en reciclar el trágico suceso para sus propios fines políticos, en contra de toda ética cristiana. Caos y absurdo por todas partes, como se puede ver. Y al final la muerte, sin explicación y sin sentido. La realidad, así vista, es la materia prima con la que trabaja Houellebecq. Ese es, precisamente, su punto de vista. Algunos lo acusan de xenófobo y, de hecho, la Gran Mezquita de París lo había denunciado por unas recientes declaraciones, aunque finalmente parecen haber alcanzado algún tipo de acuerdo. Yo diría que más que xenófobo M H es, en todo caso, anti-musulmán. Houellebecq no es cristiano, pero defiende la civilización de la libertad, y las raíces de esa civilización (al margen de lo que crea o deje de creer libremente cada cual) son innegablemente cristianas.