Auschwitz, energía masculina y tecnocasta

 

Proclama Zuckerberg, el de los bucles dorados, que hace falta energía masculina. Los tecnócratas de hoy ya eran venerados como genios, pero ahora parece que han devenido oráculos. (Por cierto, ¿recuerda alguien a Alan Turing? Por no hablar de Ada Lovelace, que para colmo era mujer…) Lo primero que me viene a la cabeza, sobre los tecnócratas, digo, es una serie que no estaba mal: “Devs”. En una interesante digresión, se señalaba el peligro de poner el mundo en manos de quienes saben mucho de microprocesadores pero nunca han leído a Shakespeare. Bien planteado.

Lo de Auschwitz, ahora que hemos celebrado el 80 aniversario de la victoria aliada, también fue en cierto modo un derroche de energía masculina, qué duda cabe. Los fascistas hacían apología del macho; aunque algunos se cepillaran a jovencitos, como lo hacía Ernst Röhm, el jefe de las SA; finalmente depurado por su amigo Hitler, no por maricón, sino por “traidor”. En “Genealogía de la moral” Nietzsche –inspirador y referente intelectual para los nazis- nos explica que naturaleza y cristianismo son incompatibles. Ofender, expoliar y aniquilar no pueden ser cosas malas “por naturaleza”, advierte el mostachudo macho alfa de la filosofía del superhombre. Y tiene razón, porque el cristianismo supuso, en efecto, la “desnaturalización” de un mundo que era genuinamente violento. La ternura, la familia y la fidelidad conyugal (con ambos sexos en pie de igualdad, no lo olvidemos) son frenos a la natural prepotencia masculina y claves de la predicación de Jesús, el maestro de María Magdalena, el blandengue amigo de la samaritana. Esos valores (sospechosamente femeninos e incompatibles con la virtù y el buen gobierno, como vio perfectamente Maquiavelo) fueron asumidos por muchos ilustrados. Ellos abandonaron al Nazareno, sí, pero no su ética; como denunció el autor del “Anticristo”. Esto lo explica la mar de bien Tom Holland en “Dominio”.

Claro que ni Zuckerberg ni Elon, ni mucho menos Trump, saben nada de todo esto, ni les importa. Y tampoco tú, amigo Iker. No te crispes, hombre, ni te exaltes tanto en la defensa de estos generadores masculinos de felicidad popular. A lo mejor, milenario Jiménez, te parece que yo soy uno de esos intelectuales pichiflojos que desprecian sin razón a estos magnates y genios de la cibernética y de la política. No creas, hombre. Yo no simplifico tanto. Al César lo que es del César. Los empresarios tienen mérito, cuando hacen su dinero mediante iniciativas socialmente valiosas, cuando mejoran el mundo con sus producciones. Y tampoco creo que Elon Musk sea un nuevo Goebbels ni Trump un nuevo Hitler. No tanto, de momento. Pero qué quieres que te diga… no me fio y no me gustan. El naranjito fachoide y sus comparsas me parecen la última excrecencia de un Occidente en declive. Trump es una especie de remake del cesarismo degenerado de la Roma crepuscular de los siglos cuarto y quinto. Sólo falta que al próximo presidente lo designe el cuerpo de marines. Los españoles –ese pueblo guitarrero y simpático de algún estado BRIC del golfo de América- podríamos ofrecer muy oportunas advertencias a nuestros amigos gringos sobre lo que significa enfrentarse a una ineluctable decadencia, después de haber sido la (omni) potencia global. Pero la energía masculina desbordada no favorece la humildad necesaria para escuchar tales avisos. Yo, qué queréis que os diga, prefiero la mansedumbre cristiana.

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