«Esos diez años con Borges fueron de una revelación permanente. Uno, de pronto, en una jornada de trabajo con Borges podía aprender todo lo que le llevara, quizá, un año, dos años o una buena parte de la vida. Borges era un maestro que enseñaba todo el tiempo, pero sin proponérselo. Enseñaba naturalmente, enseñaba mientras iba dictando. A mí siempre me gustó decir que yo fui el amanuense de Borges, no el secretario de Borges como algunos me llaman.»