– ¿A ti te gusta que te aten? – me dijo Luis G. Berlanga la primera vez que le conocí en la Trattoria Marco. – Siempre y cuando no sea una atadura metafórica … – le respondí sin saber aún que hablaba en serio. Así empezó uno de los días más memorables de mi vida literaria. Y no era de extrañar lo que ocurriría más tarde.
Gracias a mi primer editor, se instauró la costumbre de reunirse con Berlanga en ese mismo restaurante para conversar. Fue en el año 2006 cuando uno de esos días nos confesó que tenía en su casa cuadernos repletos de poemas escritos por él. Fue maravilloso escucharle hablar de sus primeros versos, del lugar donde los escribió y de a quién iban dirigidos. Todo un hallazgo. Pero sobre todo, lo más fascinante fue visitar su espacio secreto en la bohardilla de su casa, donde guardaba con recelo decenas de cuartillas manuscritas. Recuerdo el misterio con que nos adentramos en su guarida, ascendiendo unas escaleras que partían del salón de la casa, angostas y secretas, para llegar a una pequeña puerta cerrada sigilosamente con llave. Los tres poetas (Sol de Diego, Alcalá Zamora y yo) y el editor en busca de autor (Basilio Rodríguez), estábamos a punto de descubrir la recámara donde el genial Berlanga albergaba sus fantasías. El desván parecía un bosque frondoso de libros plantados en el suelo, como árboles talados. Los troncos de ejemplares raros apenas nos dejaban paso y teníamos que andar con cuidado para no tentar a su equilibrio. Había numerosas cajas de cartón entre abiertas por las que asomaban todos los recuerdos de una vida. Era como si nos hubiéramos adentrado en su imaginación. Su simbología se destapaba en las estanterías; libros eróticos, exvotos de muñequitas vestidas de cuero y alegorías de sadomaso. Berlanga se mostraba como un niño explicándonos el significado y procedencia de cada uno de sus tesoros y nosotros le seguíamos más niños que nunca.
Había varias maletas esparcidas por el suelo y Luis no pudo evitar enseñarnos el más preciado de su fetichismo: los zapatos femeninos. El muestrario era variopinto. Nos contó que todos eran regalos de sus admiradores. Destacaban los zapatos de tacón de aguja, sus favoritos. En breve, todos ellos formarían parte de las vitrinas de su museo, por eso me pidió que escogiera un par antes de que se los llevaran a Valencia. Y tuve la suerte de poder elegir unas sandalias de plataforma de mi número con la picardía de tener espacio para que me los dedicara. La dedicatoria fue “Para Beatriz Russo, para que alcance su altura literaria” y me pidió que me los pusiera para la presentación de mi novela erótica “La versión de Eva Blondie”, premiada por un jurado presidido por él.
Y finalmente llegó el momento de descubrir al poeta. Berlanga cogió una de las cajas de cartón donde hibernaban sus poemas y, con timidez y entusiasmo, nos pasó un montón de cuartillas manuscritas. Mientras nosotros leíamos emocionados decenas de poemas con cara de pasmo, él se mantuvo a un lado en un silencio temeroso, aliviado más tarde al recibir nuestro aplauso más efusivo. Y cinco años más tarde cumplió su sueño de recoger parte de su obra en un libro gracias a la delirante labor de transcripción de Miguel Losada y al empeño de Basilio Rodríguez, su editor. Seguro que el poeta lo está celebrando con las estrellas, de las que nunca ha estado separado.
El libro se titula: Los cuadernos inéditos de Berlanga y está publicado en la Editorial Pigmalión. Os recomiendo que culminéis el sueño del poeta, sin sus lectores se quedaría a medias.