Contra esto y contra aquello.

por Rafael Balanzá

Me dirige un buen amigo, a propósito de mi última entrada para este blog, el siguiente reproche:

“Hombre…, para meterte con la clase empresarial de este país podías haber elegido a otro. Juan Roig y Mercadona son de lo más presentable que tenemos por este patio. La suya es una empresa bien organizada que, hasta cierto punto, se preocupa por el bienestar de sus empleados. Además, lo de los bazares chinos fue una cita torticera y descontextualizada de algunos medios de la secta…”

Probablemente mi amigo tiene razón. Admitámoslo: ese escrito no era sino un desahogo, una protesta -como diría Unamuno- “contra esto y contra aquello”. Y puede que también me excediera algo al insultar al Gobierno en pleno, cuando todavía no podemos constatar el éxito o el fracaso de las medidas y reformas que está implementando; aunque sigo pensando que la investigación científica y la educación son los últimos capítulos en los que debería recortarse.

Por otra parte todo esto es bastante irrelevante, ya que no creo que este blog cuente, en el mejor de los casos, con más de tres o cuatro lectores intrépidos, desperdigados (si es que “desperdigados” vale para tres o cuatro) por la geografía nacional. Y si fueran millones tampoco importaría mucho: han pasado los tiempos en los que uno podía aspirar a cambiar algo con las palabras. (¿Pero hubo alguna vez tales tiempos?)

Vuelvo a mi guarida de la ficción de la que nunca debería haber salido. Y puesto que nadie lo leerá, ¿qué o quién me impide copiar tranquilamente ahora mismo un trozo de mi próxima novela, si siento el repentino y gratuito impulso de hacerlo?

Habíamos hablado muchas veces de tener un hijo, pero no nos decidíamos nunca. El momento siempre era después del próximo verano, o cuando yo encontrara un buen trabajo. Teníamos la vista puesta en un ubérrimo horizonte de agua y palmeras que reverberaba ante nuestros ojos irritados y noctámbulos con la alucinada intensidad de los espejismos. Lo ves y ya no lo ves. Pero da igual, porque haces como si lo siguieras viendo, como si estuviera siempre ahí delante. En realidad vivíamos al día. Y lo cierto era que en los años buenos ella no se había andado con demasiados remilgos a la hora de disfrutar sin complejos de mis ingresos a cuenta del trapicheo y de la venta al pormenor de toda clase de estupefacientes. Ambos teníamos una completa sensación de impunidad. Tened en cuenta que en nuestra cartera de clientes figuraba, por ejemplo, todo un concejal de urbanismo, e incluso el mismísimo alcalde de un pueblo vecino que venía a celebrar sus juergas a Las Zalbias, a modo de mínima concesión al decoro y a la discreción que su cargo y su relativa notoriedad aconsejaban.

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