© Rafael Balanzá
Me alegra que Juanjo Millás siga publicando y goce de tanta presencia en la tele gubernamental, porque si él está en activo yo no puedo ser tan viejo, ¿verdad? Millás pertenece a una generación afortunada; esa que recibió de regalo de reyes el mecano de la Transición y lo montó a su gusto. Cuando un inspirado Fernández Mayo encontró lo de Nocilla para definir poéticamente a la nuestra, creo que logró una diana perfecta: justo en el centro, entre lo infantil y lo excrementicio. Javier Bardem, Íker Jiménez, Maribel Verdú, Coque Malla, Yolanda Díaz…, son, más o menos, gente de mi triste generación. Y digo lo de triste no porque seamos unos mártires, como lo fueron los rusos de 1900, sino porque me temo que somos algo bobos y doctrinos. Aunque habrá que admitir, antes de tomar el recodo de la vejez, que suerte sí hemos tenido un rato. Los millenials lo han pasado peor: crisis de 2008, pandemia sin familia, vivienda por las nubes, negación para la paternidad, la maternidad o cualquier proyecto apetecible de vida. Su película podría titularse el viaje a ninguna parte. Nosotros entramos al mercado laboral al final de los 90; vacas engordando. Y la crisis ya nos pilló con casa y trabajo a muchos, a la mayoría. ¿Por qué lo de doctrinos, entonces?
Pensemos un momento en un dúo de simpáticos políticos: Tellado y Bolaños. El primero se parece a un compañero que tenía yo en el cole, un gordito que pegaba sus mocos bajo la tabla del pupitre. Y Bolaños me recuerda a un tal Izquierdo, que caía bien a todo el mundo porque era inofensivo, aunque un poco pesado. Si le daban una colleja que le descabalgaba las gafas, por ejemplo –éramos un poco animales y estábamos siempre a la gresca-, apenas si se quejaba. Sí, ya sé que todas estas cosas están muy mal vistas hoy, disculpadme. Lo que quiero decir es que Bolaños y Tellado me parecen hombrecillos sin carácter. Así no es raro que uno un poco más correoso, como Sánchez, se haga el puto amo. Pensad ahora en Alfonso Guerra, con ese rostro cóncavo y esas gafotas, o en Carrillo, con su cigarro en el labio y esos surcos de arado romano en la cara, o en Fraga cabreado, colgando el teléfono a lo bestia y pegando gritos… Por encima de obvias reprobaciones ideológicas, no cabe negar que eran tíos con carácter.
No queda nada de eso. Nosotros tuvimos la oportunidad de refundar la democracia con nuevos partidos (UPyD, Ciudadanos), pero preferimos quedarnos a vivir en la vieja casa de nuestros padres: el tedioso bipartidismo, deformado por la influencia de extremismos grotescos. Tampoco –ya lo he dicho otras veces- hemos encontrado a nuestros intelectuales, a nuestros artistas… Ni, por supuesto, a nuestros escritores. Pensaréis que respiro por la herida. Tal vez, un poco. Es posible que añore una época anterior, incluso, a la de Millás. La de Umbral y Delibes… Vi hace poco una foto en X de ellos dos (desgraciados, ambos, por razones extraliterarias) paseando juntos su amarga gloria por un bulevar en invierno. Ya no eran jóvenes. Los chicos del Kronen también nos vamos haciendo mayores. Excepto algunos, claro. Cuando pienso en mi generación, siempre me acuerdo de tres policías que murieron en una playa de A Coruña en 2012, intentando salvar a un bañista. Siempre se van primero los mejores.