De quejas y quejicas (Una réplica a Félix de Azúa).

por Rafael Balanzá

Una vez aludí a Félix de Azúa en presencia de Arrabal. Recuerdo que estábamos en casa del profesor y dramaturgo Francisco Torres. “No sé quién es Félix de Azúa”, fue su inocente y lacónico comentario. Supongo que Félix de Azúa tampoco sabrá quién es Arrabal –relevante dramaturgo y poeta de la modernidad tardía, más conocido en España como fundador del mineralismo-. Y supongo que mucho menos recordará quién soy yo (¿un coleccionista de minerales?) aunque lo cierto es que tuve el honor de entrevistar a ambos F. A. en 2004 para la heroica y adustiva revista El Kraken

Todo esto es anécdota, por supuesto. Tomemos impulso -talones juntos, rodillas flexionadas- y elevémonos a la categoría. Ya está. Se trata de la queja y de las quejas, del derecho a quejarse o a indignarse. Recientemente leí la columna que Félix dedicó a Sánchez Ferlosio a propósito de su último volumen de ensayo titulado con la primera hilera de letras del teclado. Lo ponía bien, claro, pero eso es aquí lo de menos. Me detengo en una frase; señala Azúa que la indignación es el motor literario de Ferlosio y añade este comentario, evidentemente alusivo a Podemos y a sus líderes: “esa pasión se ha degradado desde que es materia prima de los mercaderes de la rabia”. 

Ahora es cuando saco del paño mi pequeña piedra de Rosetta y me lanzo a descifrar jeroglíficos como si no hubiera un mañana. No quiero faltar al respeto a un magistral ironista al que no he dejado de admirar, pero me voy a conceder la licencia de interpretar (¡no: de traducir!) libérrimamente las palabras de Félix: “Estos chicos son unos quejicas, unos niñatos malcriados que en lugar de agradecer la democracia y el bienestar que construimos para ellos durante la transición, no hacen más que dar la lata con sus monsergas y lamentos”. 

Vamos a ver esto más despacio. No estoy con Podemos, por la sencilla pero contundente razón de que tengo un hijo de 12 años y no me hallo en condiciones, por el momento, de resolverle el futuro fuera de España. Al menos hasta que mi próximo libro (“Los dioses carnívoros”, Algaida) se convierta en un bestseller mundial. Tendrá que ganarse el pan aquí, supongo, y eso con Podemos va a ser muy, muy complicado. Pero hay varias injusticias que denunciar en esa clase de discurso despectivo de los ancianos gurús de la tribu, que yo me permito glosar y ampliar así: “Nosotros, que soportamos una dictadura, sí que teníamos motivos para quejarnos, y lo hicimos, pero también cambiamos las cosas con nuestro esfuerzo y con nuestro ingenio.” 

Reparto Express de puntos sobre íes:

1. La democracia, por desgracia, fue más un regalo del establishment franquista (Fraga, Suárez etc) que un logro de los jóvenes ideólogos de los 70; y esto sigue siendo cierto al margen del histrionismo del cuasi nonagenario García Trevijano

2. Para hablar de mercaderes de la rabia habría que demostrar que se lucran (como
 hacen los mercaderes) con ella, y nadie lo ha conseguido hasta hoy, que yo sepa. 

3. Es verdad que estos chicos que se quejan tienen comida y vestido, pero también los tenían los trotskistas y maoístas de los 70, reciclados en intelectuales progres de los 80, y que no conocieron la Guerra Civil ni los años duros de la posguerra. 

4. Es lógico que una generación a la que se obliga a formarse ad infinitum y, a pesar de ello, no se le permite emanciparse ni acceder en condiciones decentes al mercado laboral tenga tendencia a sentirse estafada y, por supuesto, a indignarse. 

En los años 60 y 70 un joven burgués privilegiado podía “rebelarse” con sordina. Había culpables: Franco y la Iglesia Católica, sobre todo. Ahora no los hay, según parece. Querido Félix, vivíais muy bien contra Franco y habéis vivido bien después de él. No os quejéis de los quejicas de ahora. Tienen sus razones.

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