Desgraciada literatura

por Rafael Balanzá

Me he enterado, estos días pasados, de las desgracias protagonizadas por dos escritores destacados: Martín Caparrós y Hanif Kureishi. Los conozco a ambos desde hace muchos años, por los medios, pero debo admitir, aquí y ahora, que no los he leído. Lo que no es de extrañar, porque sigo fiel a mi norma de no incluir más de un 20 % de contemporáneos en mi programa anual de lecturas.

El primero de ellos ha revelado públicamente que padece ELA. El segundo, sufrió una caída inexplicable en su apartamento de Roma que lo ha dejado tetrapléjico. Creo que ambos escribirán (o han escrito ya) sobre sus respectivas amargas situaciones; y es de suponer que lo harán bien, porque se da un notable consenso de la crítica acerca de su excelencia literaria. Sin embargo, este fenómeno de escribir sobre la desgracia que a uno pueda aquejarle (enfermedad crónica, pérdida de un familiar, depresión, trastorno bipolar…) se está convirtiendo en sí mismo en una desgracia colectiva, sobre todo cuando quien lo hace carece del más mínimo talento literario, que viene siendo lo más frecuente. Pero la cuestión es que funciona, a la hora de hacer caja.

También me enteré por la prensa hace un par de semanas de que una pobre señora que padece un dolor crónico infernal ha escrito una novela. En primer término, me asalta la duda de si esto es posible. Quiero decir, si el dolor es constante –como ella declara-, y no responde al tratamiento, ¿le permite ponerse a escribir con la constancia y la concentración que una novela requiere? Pues parece que sí. Pero la cuestión es que esta señora no es escritora. Es decir… lo será ahora, pero no tiene ninguna trayectoria reconocida, ni el más mínimo aval de la crítica. Nada. Así que podemos imaginar que el libro trasladará al lector la penosa experiencia de su autora por resonancia directa: convirtiendo la lectura en un calvario. Pero el arte consiste justamente en lo contrario. Leopardi no es Leopardi por haberse quejado, sino por haberse quejado con las palabras justas. Y lo mismo vale para Kafka o Beckett. Señora, si usted sufre y alguien pone en duda la verdad de su dolor, incrementándolo con esa falta de empatía (como se dice ahora), ejercítese en la fe y en la esperanza, o bien desespere y póngale fin de una vez. Todos sufrimos en alguna medida, ahórrenos el tormento de una queja sin mérito. Rece, piense en los que sufren todavía más –seguro que los hay- y ni siquiera son capaces de escribir un libro… Trate de encontrar algún sentido a su dolor; pero no lo haga escribiendo una mala novela, por favor. No intente imponernos así su sufrimiento.

Otras desgracias de estos días podrían inspirar también novelas, pero no quiero darle ideas a Errejón. Además, en su caso, sería un libro muy aburrido, porque las tramas interesantes tienen que ver con dilemas morales y, en última instancia, con la responsabilidad personal, cosas en las que él no cree. ¿Habéis oído sus explicaciones? Si ha sido malo, se debe a las “estructuras patriarcales”. Cuando la revolución triunfe, ya no le quedará más remedio que ser un feminista de verdad. Y lo mismo les pasará a Ávalos, a Ayuso, a su novio… Serán purificados por la revolución, que removerá las estructuras malignas. O sea: ¡un esfuerzo más, republicanos!

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