El milenarismo va a llegar

por Rafael Balanzá

Estoy escribiendo estos días alguna cosa relacionada con las vanguardias históricas y es imposible no acordarse de Arrabal. Lo vi, en buena forma, no hace mucho tiempo, en compañía del director de cine Albert Serra. La concesión –sin duda merecida- del premio Princesa de Asturias al dramaturgo Juan Mayorga, ha tenido el indeseable efecto colateral de hacerme pensar, con melancolía, en los premios que injustamente hemos negado a F.A. El Nobel no dependía de nosotros, pero el Cervantes era suyo por derecho, y ya lo tenía adjudicado, por los buenos oficios de Cela y de Umbral –pese a que este último no lo amaba con primor- pero se lo arrebató de las manos un ladino muñeco de ventrílocuo que utilizaba en sus últimos días Manuel Fraga, aquel ministro del Caudillo transformado en demócrata de toda la vida. El muñeco en cuestión era un ser por completo desprovisto de gracia y escrúpulos. Lucía un bigote ridículo y se pasaba el día haciendo abdominales. No me acuerdo de su nombre. Creía que sabía de literatura, además. Así de engreídos pueden ser los muñecos. 

El caso es que las profecías de Arrabal nunca dejan de cumplirse. Y sí… el milenarismo va a llegar. Habla García Cuartango, en un artículo reciente, de la muerte de la lectura. Y Alberto Olmos, que es un poco más joven –y por ende debería ser algo más optimista- nos asegura que 2022 ha sido el peor año para la producción literaria nacional en lo que va de siglo, juicio que tiene todos los visos de estar sobradamente justificado. Todo esto podría parecer muy desconectado de la realidad social y política, pero si se analiza con un poco más de cuidado, y se observan las mutaciones celulares malignas bajo la tersa epidermis cuidada con L’Oréal, se verá que nuestro destino está, a estas alturas, sellado. Siempre he pensado que la mejor faceta de la literatura es la que resulta tan deliciosamente inútil como la música, pero el hecho es que la literatura sí  “sirve” para algo. No ayuda mucho a ser feliz, pero sí a distinguir la naturaleza de nuestra infelicidad y a ponernos en el lugar de los otros; algo crucial para no confundir a molinos con gigantes, ni a salvapatrias y cantamañanas con oráculos de Delfos. 

Ya lo he explicado otras veces. Leer continuamente excrementos conducirá a pensar en excremento y a votar excrementos. La crisis institucional que hemos vivido no es nada para lo que se nos viene encima. Nos gobierna la inmundicia y la inmundicia aspira a gobernarnos. De todas formas esto, en sí mismo, no es muy preocupante. Si no hay una catástrofe física (Putin usa armas nucleares en Europa, aparece un nuevo virus mortífero e incontrolable, el cambio climático se vuelve decididamente apocalíptico…) si no se produce, digo, un cataclismo físico, los próximos 20 o 30 años transcurrirán sin pena ni gloria, con relativa calma. El futuro inmediato, en lo que se refiere a mi horizonte biológico, está más o menos asegurado. La nave de los locos fue diseñada hace siglos y funciona automáticamente. No importa que los oligofrénicos se cisquen en la cubierta. Pero el hundimiento del periodismo y de la literatura pasará factura en un futuro no demasiado lejano. Y tendrán que pagarla nuestros hijos y nietos. Haced caso a Arrabal, que siempre acierta: “El milenarismo va a llegaaaarrr”.

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