El necesario pero imposible Javier Gomá

por Rafael Balanzá

Utilicé ya este título hace algunos años para encabezar una reseña que fue publicada entonces por Culturamas. Me refería a lo sorprendente del fenómeno, a la aparente imposibilidad de la aparición, en un entorno cultural tan degradado como el de nuestro país, de un filósofo relativamente joven y sin embargo dotado ya de una voz tan clara como profética. Aquel texto fue el fruto de un auténtico deslumbramiento. Acababa de leer Necesario pero imposible, cuarto y último libro de la “Tetralogía de la ejemplaridad”. En esta obra he hallado una original y brillante aproximación a los temas que me han apasionado siempre: el gran drama de la civilización, el juego de lo tragicómico en la vida humana, la rebeldía ante la muerte o la posible vigencia –cuando menos hipotética- de la esperanza que propone la soteriología cristiana; un tema este último, por cierto, ridículamente soslayado por la mayoría de los intelectuales de la generación anterior. Dije en aquella crítica, y repito ahora, que estamos ante un filósofo español comparable a Unamuno y a Ortega. Tras una larga travesía del desierto (la dictadura y ese tedioso epitafio de ella que solemos llamar transición) contamos en España con un pensador singular, cargado de futuro, y que es además, por derecho propio, un excelente escritor y un poderoso dramaturgo.

Si en lugar de los temas que he enumerado, en su escritura Gomá se hubiese ocupado, digamos -por poner un ejemplo cualquiera-, de los Danones de sabores, o de cualquier otro “emblema generacional” no me habría interesado mucho. Si divagase sobre conceptos molones y actuales de los que empiezan por “r” -reciclaje, radiaciones, rizoma, redes-, esas cosas que producen reacciones tipo perro de Pávlov en los intelectuales gafapastiles, me habría hecho el efecto de una sopa Campbell caducada. No porque crea que tales construcciones no puedan ostentar cierto mérito (seguro que sobre tales bases es factible lograr obras ingeniosas) sino, sencillamente, porque estoy en esa edad en que uno se levanta siempre con algún dolor de articulaciones que le recuerda que está más cerca del final que del principio; y que a la muerte le dan igual nuestros maravillosos cumpleaños infantiles, los Bollycaos y los Tigretones. Ya no está mi horno para tales bollos.   

Puede que algún suspicaz lector encuentre excesivos mis anteriores elogios; pero como la envidia, la difamación y la inquina son vicios expulsados hace tiempo al exterior de los desmoronados muros de nuestra patria y arrojados -como si de plástico se tratara- a los mares que la circundan, no hará falta declarar que no le debo nada a Javier Gomá, excepto el privilegio de su amistad. No hay aquí otra cosa, pues, que la celebración de una obra saludablemente ambiciosa. Nuestro autor declara en el prólogo a la nueva edición de la tetralogía (en Debolsillo), con audacia y gallardía, que se propone la conquista de la posteridad. Esa es, sin duda, la aspiración más noble posible para un escritor vocacional.

Más allá de algún desacuerdo parcial (yo soy, por ejemplo, algo más renuente que él a la posibilidad de construir una ética sobre bases finitas y también me encuentro un poco menos dispuesto a celebrar la vulgaridad, ni siquiera como un fenómeno derivado de incuestionables logros políticos), lo que me atrae del pensamiento de Gomá es que se trata de filosofía para adultos. A los verdaderos escépticos –en la acepción etimológica del término-, a los exploradores de la posibilidad de un sentido que trascienda a las mediáticas ilusiones de lo inmediato, les invito a esta conversación que tuvo lugar en Madrid el pasado 5 de marzo, en la Fundación Juan March, y que ahora publica este portal bajo el epígrafe “Mucho más por Conocer”.  

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