Lo avanzaba en mi anterior post: el pasado mes de julio participé en la Semana Negra. Siempre es una gozada viajar a Gijón y encontrarse allí con buenos amigos, como el librero Rafa Gutiérrez de La buena letra, para quien este término (librero) queda algo estrecho, ya que se trata de un verdadero promotor cultural, un referente.
El caso es que hablé cuando me tocó y en la carpa que me asignaron, gratamente presentado y acompañado por la escritora Beatriz Rato. Se congregó para escucharme un reducido grupo de oyentes; pero su número fue sobradamente compensado por el interés con que siguieron mi intervención y las afinadas preguntas que me formularon al final. Después, decidí premiarme con una cerveza en una de las barras del recinto y dar un paseo por los alrededores. Me acerqué a la carpa principal, donde hablaba Juan Bas. Apenas lo escuchaba un escaso grupo de fieles lectores, pese a tratarse de un autor vinculado desde hace muchos años a este evento cultural y gozar de un (merecido) trato preferente: su presentador era el propio director de la SN.
Está claro que la literatura no mueve hoy a las masas. Al contrario de lo que sucede con el fútbol y la política. Se pudo comprobar aquella tarde en Gijón de manera muy gráfica, porque justo después de mí y al mismo tiempo que Juan Bas, en otra de las carpas intervenía el mismísimo Juan Carlos Monedero. Pensaréis que en un evento destinado a gente interesada en la literatura de intriga y policiaca, Monedero no debería suscitar apenas atención. Os equivocáis: aforo completo, lleno a reventar. Si hubiéramos lanzado un alfiler entre el público, no habría llegado jamás al suelo.
Juanjo Millás decía en una columna reciente de El País que la política que nos venden los medios es un puro espectáculo para las masas, y que las decisiones de verdad se toman muy lejos de los focos y de los objetivos de las cámaras, en los circuitos financieros, tan subterráneos y herméticos como los aceleradores de partículas –esta última imagen no es de Millás, sino mía-. El caso es que estoy del todo de acuerdo con esa idea. La política visible es un guiñol, un puro Matrix. Si distinguimos tres niveles de realidad en el mundo humano, la esfera íntima (familia, pareja, creencias), la política nacional y las cuestiones de ámbito internacional como el terrorismo o el cambio climático, la mayoría se equivoca a la hora de situar el origen de sus problemas. Comparto buena parte de los utópicos objetivos de Podemos, pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que el intento de realizar esos planes daría lugar a la muerte por asfixia (internacional, financiera) del hipotético nuevo régimen. El votante -que suele tener tan pocas luces para la filosofía y la ciencia como para su propia vida espiritual, su matrimonio o la educación de sus hijos-, se vuelve bruscamente inteligente cuando se trata de dinero. Y ahí está el techo de Podemos.
En cuanto a la política factible, los márgenes en España son, en realidad, exiguos. No importa mucho que esté el Madelman de la izquierda o el Airgam-Boy de la derecha, o incluso el Click de Famobil anaranjado. Ellos no son más que los nuevos juguetes de la guardería. Hay que darle a la gente la impresión de que puede controlar su destino con el voto, para sostener el conveniente engaño colectivo, aunque en realidad su próxima depresión (digamos, en un año), su divorcio (en cinco) o el cáncer que los matará dentro de veinte no dependen de quién esté al frente del gobierno. No es que la literatura pueda cegar las pródigas fuentes de la infelicidad humana, pero clarifica nuestra situación, y aunque eso no sirva para nada en concreto, al menos impide que seamos excesivamente idiotas y manipulables. Por cierto, un tal Jason Brennan habla por ahí de epistocracia, para superar la democracia. Estaré muy atento.