No te conozco, Sonsoles, por lo que tal vez encuentres mi felicitación impertinente o extemporánea, pero puedes creerme si te digo que es sincera. Tu premio Planeta ha dado mucho que hablar en las redes, sin embargo, te garantizo que no saldrá de este teclado ni la más pequeña recriminación, ni el más ligero reproche. Si te digo que no te conozco es porque apenas veo tu cadena. Me refiero, claro, a la cadena de oro que mantiene tu velero anclado a la bahía soleada y de concurridas costas del imperio mediático para el que trabajas. A tu padre sí lo conocía. Me voy haciendo mayor, Sonsoles. ¿No era ese hombre probo de voz sedosa que exudaba honradez por cada uno de sus pulquérrimos poros? Sí, creo que era él. Pero no importa mucho de quién seas hija, ni si alguien te ha allanado un camino que podría haber sido mucho más escarpado y pedregoso; porque todo esto, Sonsoles, querida, después de todo son… trivialidades. ¿No te lo parecen a ti? Lo terrible de la democracia es que ha transformado al mundo en un espejo. Lo que vemos es lo que hay: el reflejo de nuestra alma en la superficie del lago. Ese lago en el que tú nadas a crol con elegancia, por la tarde, mientras el último sol, como tarro volcado, derrama un reguero de miel en el agua. Las cosas a nuestro alrededor son simplemente el reflejo de lo que somos. Ya sabes: “Everybody Knows”, como cantó el viejo Leonard Cohen.
Si sales, Sonsoles, de tu soleada bahía -o lago, qué más da lo que sea-, si sales, Sonsoles, digo, y vienes conmigo a hacer la compra al Mercadona, te van a poner una música que no es música, sino tormento para el alma. Pero esa inframúsica, esa basura sonora, esa vulgar y repugnante cacofonía agrada a la mayoría, ¿sabes, Sonsoles?, y yo debo conformarme y soportarla. Vivo atormentado por la democracia, como Burt Lancaster en aquella gloriosa película de Visconti: “Confidencias”. ¿La conoces? Tampoco te hace falta.
La basura política con la que trafican los partidos mayoritarios -hubo un proyecto alternativo, el de Rosa Díez, ¿te acuerdas?, pero no gustó a casi nadie- y también los minoritarios, los premios que potencian la literatura mediocre, la música del Mercadona y casi toda la televisión que se hace, el flujo constante de inmundicias en las redes…, todo eso es como el pienso que alimenta a los cerdos. Porque son cerdos, Sonsoles, y llevan vidas porcinas, no lo dudes. Así que, de verdad, creo que hacéis bien en alimentarlos con lo que les gusta y les engorda. Los retrató George Harrison en una brillantísima sátira social, en el sublime White Album de The Beatles
Una lástima que esa canción (“Piggies”) sirviera para inspirar al maligno psicópata llamado Charles Manson. Pero yo no soy un psicópata, Sonsoles, solo soy un artesano inofensivo y solitario consagrado a su vocación; casi un monje, por así decirlo; uno que odia la democracia, pero la soporta, porque considera que la tiranía de la mediocridad es un mal menor comparada con el despotismo de los sanguinarios. Así que son soles, sí, tristes soles artificiales esos focos vulgares que iluminan nuestra mala comedia. Pero mi vida de abnegación en nombre del arte y de otros bellos ideales no es tan triste como para no felicitarte. A cada cual lo suyo y que Dios reparta suerte, Sonsoles. O que la reparta el azar, que es el único y terrible dios en el que cree Woody Allen