No lo digo yo, lo dicen los expertos y las estadísticas, fuentes de conocimiento y de sabiduría mucho más fiables que la literatura, como saben todos los tontos. Hace unas semanas Televisión Española dedicó su nuevo programa de debate de los viernes por la noche, “Las Claves” (¡pero qué poca elegancia, qué poca imaginación denota limitarse a poner en plural el nombre del programa del gran José Luis Balbín teniendo en cuenta el modo en que él fue expulsado de la televisión pública!) dedicó su flamante programa, digo, a analizar este preocupante fenómeno. Se trata de que el 43% de los españoles confiesa sentirse emocionalmente mal, y parece que encabezamos el consumo de antidepresivos y ansiolíticos en el mundo desarrollado. Así que, de acuerdo con las estadísticas, lo de ser español no viene resultando precisamente una bicoca. Esto me hizo pensar, y cuando eso pasa ya sabéis que se dispara el precio del pan, y la inflación en general, como estamos viendo. Me he dado cuenta de que muchos de mis artículos más recientes y algunos de los post que publico mensualmente en esta web, giran en torno a tres asuntos cuyas oscuras y promiscuas relaciones me he propuesto examinar. Dicho triángulo está formado por los siguientes elementos: la infelicidad y frustración de las masas, el declive de la literatura y el incremento de la estridencia política y, particularmente, de los populismos. La relación entre el primero de estos ingredientes (el descontento general) y el último (la demagogia extremista) parece muy clara; pero podría no resultar tan evidente el papel de la literatura –o de su ausencia- en esta sopa tóxica que estamos sorbiendo a grandes cucharadas.
En esta España mía, camisa sucia de nuestra desesperanza, la gente vive pendiente de la ridícula política interna, como si el hecho de que el PP esté liderado por uno u otro muñeco, o incluso por una muñeca, que pudiera eventualmente relevar a la marioneta controlada por tecnócratas de Bruselas que simula gobernar en la actualidad, pudiera llegar a afectar dramáticamente a sus vidas. Y de pronto estalla la guerra en Ucrania; noticia que arrolla y pulveriza las ridiculeces domésticas, permitiéndonos contemplarlas en sus insignificantes dimensiones reales y percibir su verdadera naturaleza: un circo para idiotas sostenido por una prensa decadente y demagógica liderada por figurones de la gerontocracia mediática que se bañan los viernes en formol.
La reciente lectura de “ Erasmo de Roterdam , triunfo y tragedia de un humanista”, de Stefan Zweig, y la percepción de ciertos paralelismos entre su época y la nuestra, tales como el hundimiento de la inteligencia y el ascenso del fanatismo más cerril –algo así debió percibir también el austríaco en relación con su propia circunstancia histórica cuando escribió el libro-, me animan a iniciar por mi cuenta esa investigación que anuncio y de la que me propongo daros noticia aquí y en las redes. Siempre que el resplandor final provocado por algún vehículo de reentrada múltiple e independiente, salido de la autocrática mente de Putin, no nos convierta en una de esas escamas negruzcas que se le quedan pegadas a la plancha de la barbacoa.