Iniciar un canal dedicado al libro teatral en Conocer al Autor implica recuperar el trabajo de guerrilleros que luchan emboscados ante ejércitos muy superiores en número y armamento, así pues, tiene mucho de oda al héroe, al guerrero que sabe que lucha con muy escasas posibilidades de victoria. De hecho, cuando la Asociación de Autores de Teatro le dio a Ediciones Irreverentes el Premio a la Mejor Labor Editorial, lo primero que hice fue recordar el legado de editoriales y colecciones como Escélicer, La Farsa, La Novela Teatral, Comedias, El Teatro Selecto de Editorial Cisne o la gran colección de Teatro de principios de Siglo XX de la Sociedad de Autores Españoles, libros todos que tengo en mi biblioteca personal como auténticas joyas. Todos ellos hicieron algo de lo que quizá no se dieron total cuenta: las obras podrían haber tenido el éxito de los escenarios, pero es algo perecedero, muy temporal. Bajado el último telón, la obra hubiera desaparecido. Al reproducirlas en papel, les han dado la eternidad; al menos ese poquito de eternidad al que puede aspirar la obra humana.
Podemos hablar de una cierta popularidad de la edición de obras teatrales desde finales del S. XIX, no ciñéndose sólo al teatro, sino también a la zarzuela. Conservo la edición de 1877 de Don Juan Tenorio de Zorrilla, llevada a cabo por Alonso Gullón, editor, en su colección de Obras Dramáticas y Líricas. Gullón apostó sobre seguro, porque era un gran éxito; gracias a su trabajo tenemos algo más que un libro, es un retrato de la época: el tipo de papel, de diseño, las letras marcándose en el papel, todo ello nos habla de una forma completamente de asegurar la pervivencia de la obra. Pero no es la primera, de 1858 data la edición de Propósito de enmienda, de Elías Aguirre, de la Galería Dramática El Teatro, también de Gullón. Del mismo editor y de 1860 es Entre dos amigos… de Bretón de los Herreros. De 1879 es El anillo del soldado, de Luis de Abarzuza, en Establecimiento Tipográfico de la biblioteca Nacional Económica. De 1896, Quince minutos en globo, de Joaquín Barberá, de Velasco, impresor; y de 1905 Amor y ciencia, de Benito Pérez Galdós, editado por Perlado Páez y Compañía, pro citar algunos títulos. Son ediciones modestas, en papel fino, pero tienen un gran valor: permiten a la obra dormir su sueño hasta que alguien acceda a sus páginas y la recupere, la de nueva vida, leyéndola o llevándola sobre un escenario. No sabemos el éxito que pudo tener con esta obra el señor Abarzuza, pero sabemos que gracias al libro, sigue viva, a la espera sólo de una mirada. Quizá huno obras con mucho mayor éxito en escena, pero esta es la que ha quedado.
Una labor continuada en el principio de S.XX es la que hizo la Sociedad de Autores de España. Encuentro en mis estanterías publicada en 1905 Gazpacho gitano, de José Romeo y Aire de fuera, de un gran de la época, Manuel Linares Rivas. De 1908 es ¡Pícaro teléfono! de Gonzalo Jover y Emilio del Castillo, entre otros muchos. Aquella colección se convierte en imprescindible si queremos conocer el teatro de aquella época, en muchas ocasiones, perdido.
Coincidiendo en el tiempo surgieron las colecciones populares de teatro para leer, de aparición periódica en los quioscos y a un precio asequible. Entre 1916 y 1919 se editó la colección La Novela Cómica, La Novela Teatral vivió hasta 1925, contemporáneas con las colecciones La Comedia, Comedias (1926-1928), El Teatro Moderno (desde 1925 hasta 1932), La Farsa (desde 1927 hasta 1936) y Teatro Selecto (desde 1935 hasta 1943, con una interrupción para permitir que se celebrara sin molestias la guerra civil. Estas editoriales fueron casa de las obras de los hermanos Machado, Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Manuel Azaña, Alejandro Casona y Federico García Lorca. Enrique Jardiel Poncela fue autor de Biblioteca Nueva.
Tras la guerra civil, el relevo lo toma con mucha fuerza la Editorial Escélicer, desde 1951, publicó casi ochocientos títulos de autores españoles y extranjeros hasta la mitad de la década de los setenta. Sobre este trabajo, afirmó Antonio Buero Vallejo “La llegada al quiosco cada semana para llevarse a casa una comedia que leer -una comedia para fomentar la teatralmente importantísima afición a leer teatro- era una de las ‘buenas costumbres’ que nos faltaban en estos años […]. No puede decirse que un país tiene teatro si, junto a las representaciones de sus escenarios, no se encuentran las publicaciones periódicas que las recojan y fijen en duradera letra impresa”.
Posteriormente aparecieron Primer Acto, La librería de teatro La Avispa inauguró colección en 1983 con Sois como niños, de Alberto Miralles, y La estanquera de Vallecas, de José Luis Alonso de Santos. La Biblioteca Antonio Machado de Teatro se abre en 1986 con Revistas del corazón, de Juan José Alonso Millán… Cátedra y Castalia triunfan con sus ediciones de clásicos. Y Aparecen distintas cole