Dice el autor, que los depredadores lo serían menos sí no anduvieran aliados con el diablo del azar. Y que por eso Amores peregrinos narra la historia de un roto dentro de un descosido, en unos ambientes en los que huele el sobaco humano en toda su identidad. Y, en verdad, es un libro de olores carnales y obscenos, movidos con inocencia por una mujer hermosa y solitara que se vende simbólicamente a sí misma. Pero es, además, un libro donde huele el poder y su capacidad opresora y egoísta.
La dimensión social y trascendente de Amores peregrinos se logra por el camino del azar, cuando ese mundo primitivo y obseso se ve invadido por el refinamiento del poder, que no
duda en abrir las brechas del agravio y la servidumbre para transformarse en el parasito sin escrúpulos de un indefenso rebaño humano.
Amores peregrinos es un arranque de hondones poéticos en los que se precipitan, incansables, la brusquedad, el misterio, lo absurdo, el azar, el egoísmo y otros amargos de un mundo sin concesiones.