En Lobos del olvido, Miguel Ángel Serrano ofrece una mirada descarnada a la infancia como territorio del fingimiento adulto. En esa indagación, que escarba en las raíces, se van desvelando, capa tras capa, pinturas desconchadas y heridas emocionales. Así, descubrimos la debilidad de vínculos que se creían sólidos, o el chirriar del columpio de la niñez, o un conocimiento que quizá no debió adquirir. Lo que ataca el olvido sin llegar a borrarlo es una imagen presentida y agazapada, a la espera de un salto que, como un resorte, nos ataque a traición: una memoria que acabará alcanzándonos para mostrar la pugna entre lo que somos, lo que fuimos y lo que debimos ser.