Literatura de género y literatura degenerada

por Rafael Balanzá

Tengo un original y después de Navidad hice lo que vengo haciendo desde hace 8 años cada vez que esto ocurre. Se lo envié a mi agente. Un par de semanas más tarde recibí su correo de respuesta. Decía que encontraba novedosa la historia y que le había gustado mucho, lo que me reconfortó bastante, claro. El caso es que a continuación solicitó la opinión de un lector profesional, quien, tras una valoración muy rápida –una lectura relámpago, diría yo- nos formulaba algunas sugerencias para convertir la novela en un “producto de género” más eficaz. Es posible que aproveche (o no) algunas de sus indicaciones para la versión final de esta obra. Hay tiempo. En este momento no tengo ninguna prisa por volver a publicar ficción. La cuestión es que todo esto me da pie para dedicar un post a un tema que ya he tratado otras veces: literatura comercial frente a literatura de calidad. ¿Debemos considerarlas hoy conjuntos netamente separados o más bien se trata de campos indefinidos que se invaden y solapan dando lugar, como en el pasado, a un muy amplio “conjunto intersección”? Supongo que lo anterior deja entrever que fui un chiquillo de la EGB, de Mazinger Z y… (¡qué le vamos a hacer!) de la entonces flamante y hoy periclitada “teoría de conjuntos”.

Pero volvamos al asunto. La casuística permite todo tipo de aproximaciones al dilema arriba planteado. Tanto Shakespeare como Cervantes disfrutaron en vida de un considerable éxito popular, lo que permitió cierta holgura económica al primero que no llegó a alcanzar nunca el segundo. También la mayoría de los grandes novelistas del XIX gozaron de un notable éxito comercial en la época dorada del folletín, pero no así los poetas europeos de ese mismo periodo. Se puede ser un autor muy minoritario en vida, como Kafka, y gozar de un reconocimiento universal postmortem. Sin embargo, afinando un poco más el análisis, advertiremos que Kafka sigue sin ser un autor popular, sensu stricto, ya que su universalidad proviene de una creciente superposición de minorías cualificadas: otros escritores, como Camus o Borges, directores de cine como Orson Welles e intelectuales como Elías Canetti o Adorno, seguidos por una cohorte de lectores “de élite”. Algunos autores llegaron muy tarde al éxito o les duró muy poco. Creo que bastará apuntar aquí nombres y casos tan diferentes y alejados entre sí como los de Samuel Beckett, Robert Walser, Scott Fitzgerald, Julio Cortázar, Charles Bukowski o Roberto Bolaño, entre muchos otros.

Afirma Luis Goytisolo –autor prestigioso, aunque minoritario-, que ha habido épocas peores, pero ninguna tan boba como esta; un juicio que yo comparto. En estos tiempos en que las series de televisión se fabrican según algoritmos, creo que se puede afirmar que la literatura comercial y la de calidad son un gran continente y una pequeña península en dramático proceso de separación. He contado aquí otras veces mi propio caso, pero como mi blog no es muy sensible al autoplagio, ahí va la historia de nuevo. En 2009 gané el Café Gijón con “Los asesinos lentos” y una de las primeras preguntas que me hicieron los periodistas fue si se trataba de una “novela negra”. He luchado para resistirme a esa etiqueta desde el primer momento; me temo que en vano. En 2014 alguien que trabajaba entonces en la editorial que publicaba mis libros me hizo una clara y simple invitación: “¿Por qué no te inventas un detective?” Y no es que no podamos citar buenas novelas con detective dentro, claro; pero una indicación como esa, en el contexto actual, remite inequívocamente a la fórmula industrial, no nos engañemos. Seguir aquella sugerencia tal vez me habría granjeado un mayor éxito comercial y, por consiguiente, más dinero; sin embargo, ¿vale la pena sacrificarse tanto por una vocación para acabar uno aborreciendo lo que hace o haciendo lo que aborrece? Y otra pregunta, todavía más acuciante: ¿terminaré cediendo a las presiones? 

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