Lo siguiente son los zombis

por Rafael Balanzá

Por si alguien cree que se trata de una broma, hay sospechas muy fundadas de que la guerra ABQ o algún nuevo virus podrían afectar a nuestros cerebros desencadenando conductas aberrantes. Quiero decir, todavía más aberrantes que las que vemos hoy a diario. Estoy pensando, por ejemplo, en cosas como intentar comerse al vecino empezando por la oreja durante una coincidencia casual en el ascensor.

Hablando de zombis, no hay que esperar al futuro. Es la realidad cotidiana de nuestra generación. Y todavía más de la siguiente. Generaciones de muertos vivientes. Un caso representativo y elocuente es el de Casado y otro el de Pablo Iglesias. Zombi es, como bien sabemos, aquel que una vez muerto sigue dando por saco. O bien el que está muerto y no lo sabe. Hay un cuento de Borges que se titula precisamente “El muerto”, en el Aleph. Una de sus incontestables obras maestras. A un gaucho ambicioso y sin escrúpulos lo dejan creer sus compinches que gobierna la banda en la que se ha integrado. El verdadero jefe, en su aparente decadencia, le consiente incluso que se cepille a su compañera. Todo es falso, por supuesto. Se lo permiten todo porque saben que ya está muerto. El protagonista lo entiende justo en el último instante.

Y es exactamente lo que le ha ocurrido al bueno de Casado. Creía que era el jefe. No interpretó bien esas risas socarronas a sus espaldas en los reservados estucados o forrados de maderas nobles de los restaurantes; esas conversaciones áulicas interrumpidas con sonrisas serviles cuando él se acercaba. Creía que eran muestras de respeto. Eran todo lo contrario. Pero esta maniobra no es exclusiva de la derechona. En la izquierdona pasa lo mismo, más o menos. A las ministras de Podemos les dejan creer que gobiernan. Las tratan igual que los duques trataban a Don Quijote cuando estaba a lomos de Clavileño. Pero, ¿veis lo lejos que llegáis, y lo alto que estáis volando? Gritemos juntos: ¡Sí-se-puedeeee! Y mientras, el Sahara occidental para Marruecos, el presupuesto en defensa disparado, el despido libre implementado en una versión más salvaje que la de las más lúbricas fantasías de los asesores de Rajoy.

Las viejas estructuras ocultas tratan a los políticos jóvenes como a tontos a los que les pasa lo que les pasa siempre a los tontos y a los zombis: que no se enteran de lo que son. Los relegan a la categoría de muertos parlantes, y cuando se ponen demasiado pelmazos les atraviesan el cráneo con una flecha de ballesta y a otra cosa. Hemos perdido la ocasión de sustituir a esas viejas estructuras, de descartar a esos antiguos partidos de la transición; uno, a la izquierda, fundado por un linotipista del siglo XIX; el otro, a la derecha, inventado por un ministro de una dictadura fascistoide. Ciudadanos pudo ser un proyecto regeneracionista para la derecha; así como UPYD pudo serlo para la izquierda; pero habrían hecho falta una o dos generaciones más inteligentes que las que ahora andan por la mediana edad; retrasados mentales y espirituales que han preferido potenciar a los extremismos; hijos de una prosperidad conquistada con la limosna de los vecinos europeos que tomaron cariño a este parque temático circundado de playas y lo metieron en el club de los ricos. ¿Qué habría ocurrido si nos hubieran dejado tan solos como a Ucrania? Hemos tenido suerte, después de todo.

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