Ecceidad, forma individual y específica del ser concreto.
Término implantado por Duns Scoto.
Del modo más injusto y absurdo pasará inadvertida para muchos (no para nosotros, afortunadamente) la publicación del poemario “Los demás días”, de Antonio García Soler, poeta almeriense afincado en el infinito universo y sus mundos; lo que quiere decir: en todos los bares y plazas, institutos y calles, pueblos y ciudades en los que ha vivido y por los que ha transitado dejando una muchedumbre de admiradores, entre los que me cuento.
Para tratar (vanamente, claro) de definir y nombrar lo que más me interesa de la poesía radiante y desnuda, esencial, de Antonio García Soler he subido al desván del medioevo, nada menos, impulsado por un extraño pálpito, y he estado rebuscando allí hasta dar con esta rancia y precisa palabra, eccedidad, que nos remite a la verdad particular de los seres más allá –o más acá- de las abstracciones y conceptos con que tratamos de aprehenderlos.
“Los demás días” es un prodigio de exactitud y equilibrada expresividad que nos ofrece sin trampas ni escamoteos la verdad íntima y fraterna de un poeta que solo pretende apurar cielos sin dejar por ello de habitar en la tierra. O como él, mucho mejor, se dice:
No entenderé la vida,
pero así me basta.