Hace unos días me envió uno de sus sabrosos emails Pablo Escudero. Ya os he hablado otras veces de él. Es un brillante prosista que un día, no muy lejano, estallará, editorialmente hablando, y coloreará esta grisalla que nos rodea con su inteligencia. Suele mantenerme al tanto de las noticias del mundillo literario (más illo que nunca), cosa que yo le agradezco, porque me da cada vez más pereza pasearme por los mentideros paraliterarios, que me aburren hasta la náusea. Así que él viene de vez en cuando y me trae noticias de la guerra, como un sobrino caritativo que visita a su tío, medio loco, internado en el sanatorio de Berghof (Alpes suizos) después de haber perdido la salud en las embarradas trincheras de Verdún, por culpa del gas mostaza. Un amigo mío de aquí, el señor Thomas Mann, y yo lo escuchamos siempre con gusto, y él nos cuenta muchas cosas. Cosas que pasan muy, muy lejos…, allá, en el país de la literatura, que ahora se llama Lilliput, según él nos explica. Me ha enviado un link en el que se nos informa de que el premio “Biblioteca Breve” (un premio que era serio cuando yo estaba en la batalla) se lo han dado a no sé qué poeta famosa por Instagram. En dicha noticia de prensa, cargada de justa ira, ponen a la editorial y al jurado como chupas de dómine. Con razón, supongo, pero, ¿a mí qué me importa? Ya he hablado aquí demasiadas veces de la degradación imparable de la cultura y del camino sin retorno hacia la oligofrenia colectiva y democrática. ¿Para qué insistir?
Uno de los pocos datos que levemente suscita mi curiosidad es la sugerencia de que en realidad se trata de una maniobra editorial para intentar captar la atención de los millennials, esa generación destinada a un proceso kafkiano de formación perpetua y a una espera (también indefinida) en casa de sus protectores y divorciados padres, soñando con emanciparse un día. Viven, lo sé, en la desilusión más absoluta. Ellos serían, en verdad, los destinatarios naturales de la obra de Javier Gomá, el filósofo de la ejemplaridad. Acabo de terminar la tetralogía y veo confirmada mi primera impresión, tras la lectura de Necesario pero imposible. Estamos ante una obra capital del pensamiento español contemporáneo. Sin embargo, la mayoría de esos millennials a quienes Gomá podría proporcionarles brújula y mapa para salir de los extenuantes desiertos de la frustración, probablemente no lleguen a saber nada de él. Tendrán que pasar una o dos generaciones para que se convierta en lectura ineludible de quien desee adquirir una cultura general, si es que para entonces existe tal noción.
Los pobres millennials me recuerdan a esos eloi de la obra de H. G. Wells. Criaturas sin lectura ni memoria, hijos necios del presente que esperan confortablemente a ser devorados por los morlocks que viven bajo tierra. Como el resto de la sociedad, son rehenes inconscientes del Matrix de la política (que ellos mismos generan) sin darse cuenta de que los más decisivos problemas vitales que les afectan apenas tienen nada que ver con el próximo toy boy que deje sus poluciones adolescentes en el colchón de la Moncloa. Las cosas de la economía se deciden en Bruselas y en Pekín, y aquí se gobierna (lo poco que se puede gobernar) de Secretario de Estado para abajo. Esa misma ignorancia es pábulo para los extremismos. Y por ahí sí que podríamos salirnos del guión, claro, pero sería demasiado peligroso. Si los millennials leyeran a Gomá entenderían algo de la vida que les espera, y hasta podrían atisbar la posibilidad de un sentido para sus viajeras, desnortadas e insípidas existencias.